martes, 8 de marzo de 2011

FRENTE FRANCISCO JOSE RANGEL( EL INDIO)



El Indio Francisco José Rangel precursor de la Guerra Federal
Ensayo de Isrrael Sotillo
La Venezuela de la década de los 40’ del Siglo XIX, era fundamentalmente aldeana, los hombres y las mujeres del campo sobrepasaban el 50 por ciento de la población. Se vivía bajo la propia dictadura del terror y del ultraje tanto en las haciendas, como en las fincas ganaderas. La poca instrucción y las enfer­medades contagiosas hacían estragos en el medio rural: la tisis y el paludismo, y la acción de los caudillos regionales, se unificaron en contra de los miserables de la Venezuela desheredada. El resultado: que la intranquilidad se fuera apoderando, tanto de los campesinos enfeudados, como de los pequeños propietarios y de los negros esclavos, es decir, de todos los sectores de aquella economía rural; quienes, por cierto, hacía un rato largo andaban en “una búsqueda” que les permitiera cambiar las condiciones de vida que le ofrecía el “orden establecido”.
La insurrección campesina de 1846, es considerada como la primera actuación política autónoma de los hom bres del campo en Venezuela, comenzó de manera espontánea el primer día del mes de septiembre de aquél año, precipitada por la represión armada contra los campesinos en los valles centrales, con ocasión de la elec ción de primer grado a celebrarse en el país. Fue espontánea porque estaba exenta de un plan mínimo que estructurara previamente el levantamiento insurreccional. Se inicia con el alzamiento de Francisco José Rangel al frente de trescientos peones manumisos y esclavos de las haciendas de Pacarigua y Manuare al sur de Carabobo. La primera acción fue la toma de la población de Güigüe, hecho que se materializa el 2 de septiembre al grito de “¡Viva Antonio Leocadio Guzmán, viva Venezuela libre, tierras y hombres libres, oligarcas temblad!”. En esta ocupación, consiguen detener al alcalde Jerónimo Lovera y al secretario de la Alcaldía José Domingo Va liente., quienes son puestos en libertad por requerimientos del sacerdote de la parroquia, presbítero Gaspar Yánez.
Francisco José Rangel venía de pelear en la guerra de Independencia donde sirvió bajo la dirección del general Pedro Zaraza, sin embargo, no participó en la primera batalla de Carabobo, tal vez por la edad. Según informes del héroe guariqueño, Rangel prestó servicios militares como soldado durante los años 1817 y 1818, asimilando un conocimiento excepcional de los caminos y las trochas de la Sierra de Carabobo, que en 1846 eran montañas vírgenes, deshabitadas, y aún inexploradas. Es casi seguro que combatió en la segunda gran gesta, es decir, en la batalla que inmortalizó al Negro Primero (Pedro Camejo). Estuvo al lado de los constitucionalistas en la época de la Revolución de las Reformas que estalló el 8 de julio de 1835 y cuyo postulado principal era: “Restablecer los principios del sistema popular, representativo, alternativo, responsable, hollados y pisados por las facciones ocultamente tramadas por los encarnizados enemigos de la Independencia y libertad de América”. Y así, el Indio Rangel ayudó a restituir el orden en su comarca. De estar vivo, seguramente, que sería un fiel defensor del principio de Democracia Participativa y Directa consagrado en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
Posteriormente a su salida del ejército, se dedicó al cultivo de la tierra, impulsando sus labores agrícolas en el Valle de Manua re, concretamente, en feudos de la familia Tovar, a unos 17 kilómetros, aproximadamente, del pueblo de Güigüe. Casado con la hija de un lugareño de nombre Juan Castillo, se quedó a vivir apaciblemente en esas tierras hasta el año 1846, en que “se enardeció con la disputa de las elecciones”, para ser el iniciador de la primera rebelión campesina venezolana. Fue ese el año en que los Estados Unidos le declaró la guerra a México por varios frentes: Alta California y Nuevo México por el noroeste y por Veracruz; ya Texas había sido invadido el año anterior y anexado, por su puesto. En Europa era reprimida la rebelión de Galicia, al tiempo que estallaba la rebelión campesina en Cataluña, y la agitación y el hambre se apoderaban de Irlanda.
Rangel comienza su militancia en la causa partidista con una visita que hizo a Caracas, donde se comprometió con el líder liberal Antonio Leocadio Guzmán, para tomar parte en el proceso eleccionario. Por esta conducta política tuvo un incidente, ya que se ganó la antipatía de los dueños de las tierras donde sembraba, hasta el punto de que lo hastiaron poniéndole en peligro su vida, su familia y sus pertenencias. A partir de ese momento comienzan a contrariarlo y arrinconarlo, con todo y lo comisarioque era en los valles de Tacasuruma y Timbique. Siendo él coordinador de política electoral, los liberales vencen en los comicios de Güigüe en Carabobo y de Magdaleno en Aragua; sin embargo, lo excluyen de las listas, al igual que a Ezequiel Zamora, y es invalidado para participar en los comicios por un ardid del régimen oligárquico paecista. Este incidente fue la gota que rebasó el vaso de agua, y sirvió para que Rangel se alzara con el “bocón” en las manos en resguardo del triunfo electoral obtenido por sus partidarios; en ello coinciden la mayoría de los historiadores que han escrito sobre el tema.
El mismo día de la insurrección partió de Tacasuruma y emprendió el reclutamiento de sus futuros combatientes y la recolección de víveres, armamentos, caballos y mulas, y pertrechos de guerra en los poblados próximos. Rangel se autonombró coronel en jefe y designó como segundo comandante al capitán Santos Rodríguez. Con las consignas de “libertad para los esclavos y repartición de tierra para todos” se le unen los hombres de color y la peonada campe sina; incluso, algunos anglosajones habitantes de la zona se presentan para ponerse a sus órdenes. Existe la confirmación de uno de ellos de nombre Arnoldo Witney, ma yora1 de Paya: “Rangel tenía el respaldo de un cónsul, sin estar al corriente, si era el británico o el estadounidense, y libraba pasaportes datados el año 37º de la Independencia y 7º de la oposición”. Había otro apellidado Blan ford, quien vendía insignias guzmancistas para lucirlas en los sombreros. Un tercero llamado Jorge Woodberg, acomodado y suboficial de caballería, expresa que Rangel intercambiaba correspondencia y se comunicaba con Guzmán por la vía de Florentino Uzcanga y del juez de Magdaleno Diego Revete.
En la alborada del 3 de septiembre irrumpen en la hacienda Yuma cuyo propietario era Ángel Quintero, Secretario del Interior y Justicia y uno de los personajes más obcecados e impetuosos de la República Oli­gárquica, ideólogo de la represión contra los periódicos de la oposición liberal y cómplice de los pillajes electorales sucedidos hasta el año 1845. En el hecho, los revolucionarios liberan a los esclavos, invitan a los asalariados de la finca a incorporarse a sus filas, le pegan candela a los documentos de propiedad y ejecutan a varios de los serviles de Quintero, quien no fue ajusticiado por encontrarse en Valencia.
El 9 de septiembre se consiguen el futuro líder del pueblo venezolano Ezequiel Zamora y el jefe guerrillero Francisco José Rangel; la reunión tuvo lugar en la montaña de Las Mulas, rápidamente inician la incorporación de sus compañeros de lucha en Los Leones, Timbique, Alto de Las Mulas, Caru to, y en cuanta vecindad llegaban en su travesía por la zona limítrofe del Guá rico y Aragua. De seguidas pasaron a estudiar las condiciones del terreno y, bilateralmente, escogieron a Las Guasduitas “...punto más cen tra1 del Valle de Manuare (...) para Cuartel General debido a la copiosa diseminación y a la abundancia de reses”, allí se alojaron durante cuatro días, los cuales fueron dedicados por entero a la organización de los pelotones, que por disposición de Ezequiel Zamora permanecerían en los lugares estratégicos señalados, “en estado de alerta”.
Rangel había adquirido en sus años juveniles plena conciencia de su subjetividad y de su libertad. Sabía que su destino no estaba únicamente en su corazón, sino en sus manos, por eso se preparó en el manejo de la lanza; y por eso se adiestró militarmente en el uso del trabuco, el suyo era enorme y siempre lo cargaba con cinco docenas de guáimaros (“plomo del grueso”). Comprendía Rangel que el mayor capital del ser personal es su dignidad humana: Un rico hacendado de nombre Andrés Fuentes, fue apresado por sus hombres, éstos luego de haberle saqueado la finca lo presentaron ante el líder guerrillero. Como el Indio no era distinguido por el “godo empecinado de la Sierra de Carabobo”, y creyéndolo un oficial cualquiera, éste se atrevió a ofrecerle dinero a cambio de su libertad, propuesta que fue tomada por Rangel como indecorosa; al rato Fuentes salió escoltado por diez lanceros y dicen que nunca más logró vérsele. Para el momento de la insurrección campesina el Indio Rangel tenía aproximadamente cincuenta años. Un escritor de la época dice que “era chato, de manos y pies grandes, muy empulpado (musculoso), lampiño, y de estatura mediana”; y otro de este tiempo, revela que “solía andar con su torso desnudo, y que, generalmente, se ponía una levita militar conseguida quién sabe dónde.
Federico Brito Figueroa, en Tiempo de Ezequiel Zamora, relata con intachable precisión los sucesos de aquel tiempo en el que se rebelaron los olvidados de la tierra:
“A partir del 10 de septiembre de 1846 no hay aldea o caserío de las regiones mencionadas donde no se agrupen los peones, manumisos y escla vos bajo las banderas del programa principio alternativo, elección popular, horror a la oligarquía, tierras y hombres libres. En efecto, en la primera quincena de septiembre, inspirados en el ejemplo de Francisco José Rangel, se organizan grupos armados en Valencia, La Victoria, Cagua, Guanare, Barinas, Ocumare del Tuy, Tacari gua, Capaya, Ocumare de la Costa, Choroní, El Consejo, Las Tejerías, Turmero, Maracay, Charallave, Cúa, San Juan de los Morros, Calabozo, Altagracia de Orituco, Valle de la Pascua, Morón, Alpar gatón, San Juan Bautista del Pao, El Baúl, Puerto Nutrias, El Som brero, Tinaco, Tinaquillo y Cariaco. El 6 de septiembre, José Oroncio Castellanos, peón de una hacienda de Los Guayos, y “23 hombres de a caballo armados de lanzas enastadas derrotan la patrulla del Comandante Roa y se apoderan de armas y vituallas”. Ese mismo día, hacia la media noche, Marcos Rivas, manumiso de la hacienda Santo Domingo y “...30 hombres armados de lanzas y trabucos, dando vivas a la libertad y mueras a los oligarcas... ocupan el pueblo de Las Tejerías, detienen a Felipe León, Comisa rio de Guayas, “y se llevan cuantas armas y pertrechos hubieron a las manos”. Al siguiente día se rebelan los esclavos de las hacien das La Urbina y El Conde, “acaudillados por el Negro Domingo Aponte y el bisojoJulián Matos”, y marchan hacia “las guerrillas formadas en Las Cocuizas”. El 19 de septiembre se sublevan los peones de La Fundación dirigidos por “el isleño Juan Castillo, de oficio gañán, labrador y revoltoso consuetudinario”. El 10, los indios de Tiquire y Guairaima reciben a los emisarios de Ezequiel Zamora, y “al anochecer abandonan los sembradíos, que honesta mente cultivan de tiempo inmemorial”, y se incorporan a la insurrección”.
Los primeros días del mes de febrero del año 1847, fueron difíciles para el movimiento revolucionario de masas, pues, las municiones y los alimentos se les habían acabado y también requerían de mayor armamento; ante esta situación el líder Ezequiel Zamora, creyó necesario irrumpir en la guarnición de El Pao de San Juan Bau tista. Le correspondió al Indio Rangel llevar a cabo esta delicada tarea; sin embargo, el asalto se dio de manera impecable y con tal velocidad que los pobladores no podían entender lo que había sucedido. Capturaron en aquella acción medio centenar de carabinas, veinticinco rifles, arcabuces, lanzas, distintos componentes de guerra y gran cantidad de alimentos para continuar su lucha por la libertad. En la ronda nocturna el Indio Rangel “pasó revista” por Noguera, Los Naranjos y Paya, incendiando en este último lugar la finca de un hacendado de nombre Fernando Vera.
Quizás por esa y otras acciones similares, los historiográficos rancios, ven esta rebelión armada de 1846-1847 como una insubordinación de la muchedumbre del campo venezolano “anarquizada y sanguinaria” contra el orden y la legitimidad de las instituciones. Sin embargo, para los historiadores habitados por un espíritu dialéctico y para los investigadores que no tenemos ningún complejo en aplicar el materialismo histórico (lo digo por que muchos han arriado banderas por la aparente victoria del capitalismo sobre el socialismo), el ascenso general y espontáneo de aquellos campesinos y esclavos se debió a una acción de rebeldía, por lo demás, justa, y en reparo contra los desmanes de los señores oligarcas. Brito Figueroa discrepa con la primera aprecia ción “porque es manifestación del criterio que tienen los ideólogos de las clases dominantes sobre los movimientos revolucionarios”; y pulsa lo objetivo de la segunda valoración “porque refleja las simpatías de la intelectualidad progresista hacia las luchas popu lares”.
La revolución campesina que empezó en el Valle de Manuare en 1846 y se expandió por toda Venezuela hasta entrado el año 1847, no se queda en una simple revuelta: “fue una guerra o insurrección antiesclavista campesina”, apunta Brito Figueroa, quien repite la opinión de Anatoli Shulgosky, para hacer tal afirmación:
“Esta guerra, así como los movimientos sociales que le precedieron, como la sublevación de Francisco José Rangel, fue provocada por el deterioro de la situación de las masas trabajadoras del campo al crearse condiciones que incrementaban su explotación por la clase oligárquica (...) La sublevación de Rangel ya había manifestado claramente su carácter social, traía consigo elementos de guerra campesina. Los suble vados reivindicaban el reparto de la tierra, la abolición de los impuestos. Precisamente durante el período de esta sublevación empezó a configurarse con más y más precisión la orientación antioligárquica de las opi niones del héroe nacional de Venezuela, Ezequiel Zamora, que era en aquellos días uno de los dirigentes de la lucha popular”.
Se puede demostrar una y mil veces que esta insu rrección tenía un carácter clasista: esclavos, manumisos y campesinos se alzaron en armas, fue una guerra entre opresores y oprimidos; en esa ocasión la violencia se expresó a través de una guerra civil. Los “pata” en el suelo salieron a pelear arma dos de terceroles, machetes, trabucos, lanzas enastadas y garrotes, contra los poderosos que se escudaban bajo el ala protectora del “catire” José Antonio Páez, quien ya había capitulado a favor de las oligarquías de Caracas y Valencia, la oligarquía, esa, que en 1830 había echado al Libertador Simón Bolívar de su patria; la misma que hoy quiere entregar a Venezuela al poder imperial de las corporaciones trasnacionales, en su mayoría estadounidenses.
Esta insurrección antiesclavista y campesina de 1846, definitivamente, va más allá de una simple revuelta contra un terrateniente o contra grupos de latifundistas de una zona en particular; era, eso sí, “el ascenso de Espartaco al Vesubio”, de los esclavos y los campesinos en contra de la clase que se apoderaba de la riqueza que producían las masas populares en el suelo venezolano. Es interesante saber que todavía para esa época se oía una canción de inspiración jacobina que se cantaba en los días del Club de los Sincamisa, donde los independentistas más radicales, los pardos, los mulatos, y los negros libres bailaban:
Aunque pobre y sin camisa, un baile tengo que dar y en lugar de la guitarra, cañones resonarán. Que bailen los sin camisa y viva el son, el son del cañón.
Tampoco se debió a la avalancha de propaganda que “los demócratas-liberales” de entonces hacían con motivo de las elecciones, sino que es, más bien, la respuesta de las clases explotadas: campesinos, manumisos y esclavos contra el latrocinio de la clase entronizada en el poder.
¿Qué la insurrección antiesclavista campesina de 1846 fracasó? Eso es lo que dicen los José María Vargas, los Ángel Quintero, los Ciriaco Ávila, los Juan Vicente González de siempre, que “la aventurilla de 1846 se sumergió en el fracaso y el olvido”. ¿Cómo puede fracasar una guerra civil que apenas pudo ser derrotada después de seis meses de intensos combates. ¿Es que acaso el orden establecido no se descompuso desde abajo hasta arriba? Las raíces más profundas de la República Oligárquica brotaron arrancadas por el huracán de la rebelión campesina y antiesclavista; desde, entonces, la armonía desaparecería de Venezuela por un prolongado tiempo.
Diversas causas determinaron la derrota de la insurrección antiesclavista campesina de 1846, unas de carácter general y otras de signo particular: Las primeras se relacionan con los impedimentos de clase del campesina do y de los esclavos para promover una insurrección hasta convertirla en una revolución triunfante, que en el caso preciso de Venezuela, en aquél año, tenía particularidades bien definidas: antiesclavista y antifeudal. La enseñanza de la Historia, en ese sentido, es ejemplar, todas las insurrecciones, en el pasado y en el presente, necesariamente deberán estar bajo la dirección, o bien de la burguesía, o bien del proletariado para transformarse en revoluciones, y así no sucedió con la insurrección campesina antiesclavista de 1846; de allí su imposibilidad de alcanzar una victoria histórica. Este es un principio universalmente aceptado y su profundidad debe estár estrechamente vinculada con el papel dirigente que jueguen las diferentes clases tanto en lo ideológico, como en el plano político y militar. Siempre dependiendo del rol que desempeñen cada una de las clases sociales hacedoras de la revolución.
El enfrentarse solos los campesinos y los esclavos sin establecerse, previamente, o después de la insurrección de septiembre de 1846, una alianza con las otras clases para desafiar al aparato militar-burocrático del Estado de las clases gobernantes, es categórico para precisar otros aspectos que influyeron en la derrota, ya que el progra ma de lucha de la insurrección es inobjetable y la estrategia y táctica militar estuvieron en sintonía con el desarrollo social de aquellos días, tan es así, que un militar profesional de la estatura de Olegario Me neses consideraba que se estaba en presencia de “una guerra nueva, imbatible e invencible”. En la medida en que la insurrección campesina progresaba y se extendía por la Sierra y por los Llanos, los aliados de clase titubean con idéntica voluntad. Esos aliados tácticos (los terratenientes arruinados, con concepciones políticas burguesas, la pequeña burguesía inte lectual, la dirección del movimiento liberal en general) consiguieron una “salida genial”, les brotó de la manga de la camisa la idea conciliatoria de imponer a José Tadeo Monagas, “un maduro general de 63 años que había llegado a ser un gran terrateniente con la guerra de independencia”. Enseguida el Presidente Carlos Soublette (1843-1847) siempre constante con su general Páez le escribe a José Tadeo Monagas en los siguientes términos: “Por primera vez voy a decir a usted mi pensamiento. Yo pienso que Venezuela necesita para asegurar la paz, el orden y la libertad en su territorio, que usted sea su presidente en el próximo período”.
Las indetenibles huidas de los esclavos y manumisos, el enrojecimiento de las cimarroneras (cumbes, palenques), las insubordinaciones de los negros y de los braceros libres, y, preponderantemente, la rebelión antiesclavista y campesina de 1846-1847, son la manifestación viva, presente, y por lo tanto, conflictiva, de una verdad histórica incontestable: la lucha de clases en el seno de la sociedad venezolana; y con mayor precisión: una guerra de clases que golpeó demostrativamente el orden oligárquico imperante en la patria de Simón Bolívar después del desmembramiento de Colombia la grande en 1830.
La insurgencia popular de 1846, que partió de las acciones de Francisco José Rangel en los Valles de Tacasuruma y Manuare, es, en definitiva, un hecho de nuestra historia patria donde se pone claramente de manifiesto el avance de los condenados de la tierra contra los explotadores y los amos de la riqueza, de los que nunca habían tenido voz ni vez contra los acaudalados; y se aviene al mismo tiempo con la crisis de la agricultura latifundista de plantación; coinci diendo, punto mas, punto menos, con la desintegración política del aparato de dominación social de las clases explotadoras; más coloquialmente, con la finalización del maridaje de los terratenientes y los usureros opulentos que tenían el control del Estado desde el nacimiento de la República de Venezuela.
Estos vienen a ser los componentes que van a incidir como marco histórico en la derogatoria de las leyes esclavistas, tal como fue realizada por el presidente personalista José Gregorio Monagas el 24 de marzo de 1854 (claro, también contemplaba la Ley de Abolición de la Esclavitud, la creación de un fondo para indemnizar a los “dueños de los esclavos”); e igualmente determi nan las condiciones económico-sociales inmediatas: Caída de las exportaciones de café y cacao; salarios miserables pagados con fichas; inflación en el precio de los alimentos que recaía únicamente sobre lo trabajadores; una legislación a favor de los hacendados que les permitiera controlar la vida de los peones. Famosas fueron las ordenanzas aquellas sobre jornaleros con apoyo de la policía.
La insurrección de los campesinos y de los esclavos el día 1º de septiembre de 1846 es el preludio de lo que será una guerra larga y cruenta: la guerra federal. Era el inicio de un nuevo despertar de la sangre jirajara, jiwi, pumé, que circulaba por las venas de aquellos peones y hombres del campo; era la sangre del “Negro Miguel” y de “Andresote” que brotó por los “filones de la conciencia” manumisa y esclava, que enaltecidos ahora por su acción revolucionaria, les había tocado la extraordinaria circunstancia de ser Comandantes de la libertad. Es verdad que cayeron prisioneros o murie ron con las armas en la mano, pero nunca se rindieron, fueron leales a toda hora al compromiso de la palabra y de la acción: “libertad o muerte”. Las mismas palabras que expresó el Indio Francisco José Rangel antes de ser asesinado vilmente por ordenes del coronel oligarca Doroteo Hurtado, quien admitió en un parte fechado en San Francisco de Tiznados que esta muerte fue ejecutada por orden suya: “libertad o muerte”. Idénticas palabras diría Ezequiel Zamora a la justicia de las clases dominantes, cuando compareció por ante José Santiago Rodríguez el Auditor de Guerra del Estado Mayor del Ejército de la República Oligárquica: “libertad o muerte”.
Así llegamos a1 1º de marzo de 1847. En el valle de Pagüito el “Indio Rangel” es herido gravemente, pero permanece temerario, como siempre, haciendo frente con los suyos y se oculta en las montañas de Guambra para curarse la delicada herida. Rangel, había heredado de sus antepasados, los indígenas, la inclinación a la libertad y a los montes. Las tropas del gobierno se adelantan y ante su empuje imparable los revolucionarios se escabullen. Trece días después, el 14 de marzo Rangel sería sorprendido por Guillermo Blanco en un rancho ubicado en un paraje a orillas del Río Guárico, hoy día jurisdicción del Municipio Zamora del Estado Aragua, —el mismo “Guillermote” que estuvo entre su gente—, a quien se le había dado el título de capitán y el mando de un destacamento para que fuera a conseguirlo en los sitios por él conocidos. Disparando a quemarropa “Guillermote” mató a su antiguo jefe con la mayor sangre fría.
Los despojos de Rangel fueron trasladados en una mula rucia hasta el pueblo de Villa de Cura. Al cadáver le fue desprendida la cabeza con grande arte, pues, el General José Antonio Páez la quería como trofeo de guerra. Otra vez le era arrancada la cabeza a Juan el Bautista porque anunciaba los días de la ira. No la ofrecieron en bandeja de plata, pero la prepararon en salmuera dentro de un saco, especialmente, para que el héroe de “Las Queseras del Medio”, se la enviase al Presidente José Tadeo Monagas el 19 de marzo, día de San José y de su cumpleaños, era una clara señal de advertencia al nuevo mandatario y de escarmiento a las masas populares. Con la desaparición de Francisco José Rangel, la gente que luchaba bajo las órdenes de Ezequiel Zamora, el General del Pueblo Soberano, se desmoralizó durante un largo tiempo, pues, éste era muy respetado y apreciado por el pueblo pobre que habitaba en la Sierra de Carabobo. El Indio Rangel había nacido en Puerto Nutrias, Estado Barinas.
Quedan aún muchas cuestiones que merecen respuestas en el orden político y militar: ¿Pudo Rangel llegar a establecer algún pacto con la dirigencia liberal? ¿Fue suya la idea del levantamiento? ¿Acaso precipitó etapas del proceso considerado previamente, o fue la propia realidad que lo superó y lo llevó a actuar en medio del desespero? Los años transcurridos lejos de aclarar los hechos, todavía nos deparan hallazgos en ese sentido. Lo que sí está despejado, es que la insurrección campesina de 1846 constituye una experiencia histórica de gran importancia para la lucha presente y futura del pueblo venezolano

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