sábado, 16 de abril de 2011

En Lampedusa, intolerancia, odio de clase y espíritu solidario de los isleños.

Publicado por valladolor 

La crisis económica que mata de hambre desde hace años a las masas de los países norteafricanos y del Medio Oriente y que se encuentra en la base de las revueltas en los países árabes de este principio del 2011, no podía tener otra consecuencia que la fuga de la miseria, del hambre, de la represión de los gobiernos y de la guerra, de masas cada vez más numerosas hacia los ricos países de Europa.

El capitalismo, en su desarrolla frenético en busca de beneficio, mientras arrastra consigo el desarrollo económico en las áreas de mayor interés para los grandes trust capitalistas de Europa y de América ( a los cuales se unen los capitales chinos y sudamericanos en una carrera para acaparar una porción de los gigantescos recursos naturales de los que es rico el continente africano y los territorios de Próximo y Medio Oriente) genera inexorablemente un aumento tendencial de la pobreza y de la miseria de masas cada vez más amplias.

 Los medias y las leyes burguesas llaman emigración al flujo de personas que se desplazan de su país para buscar trabajo en otro; en realidad este desplazamiento no es para nada voluntario, es una fuga determinada por la búsqueda de una supervivencia negada en sus territorios de origen. El desarrollo del capitalismo, con la destrucción de las relaciones económicas y sociales tribales y comunitarias precedentes, con la agudización de la competencia y la violenta expropiación de tierras y recursos naturales, no deja alternativa: expulsados de los campos y de los pueblos, masas de campesinos son urbanizadas a la fuerza. Al lado de los nuevos palacios y de las residencias señoriales nacen y crezcan sin fin suburbios ruinosos en los cuales se hacinan masas humanas reducidas a brazos que explotar y bocas a las que subalimentar. Masas de hombres, mujeres, viejos y pequeños que, a su vez, concentrados en espacios cada vez más restringidos y destinados a sobrevivir asfixiándose unos a otros en una suerte de guerra continua en la búsqueda cotidiana de una vida despreciable, s e transforman después en fuerzas que presionan sobre las relaciones económicas y sociales capitalistas y sobre los tremendos vínculos represivos que aprisionan sus movimientos. Su revuelta para romper las condiciones inhumanas en las que son constreñidos, a romper los recintos, si bien invisibles, de lo que es una auténtica prisión en la cual discurre toda su vida, constituye el acto físico imparable en el cual se muestra el fracaso absoluto del capitalismo y de la sociedad burguesa que se erige sobre él.

La clase burguesa dominante y los estratos pequeño burgueses ligados a ella, viviendo de la explotación de las masas proletarias y proletarizadas cada vez más numerosas, tienen todo el interés en prolongar hasta el infinito esta situación porque de la sujeción del proletariado y de las masas campesinas pobres obtienen su bienestar. En esta situación de dominio social y del necesario mantenimiento en una completa sujeción de masas cada vez mayores y hambrientas, que de tanto en tanto se rebelan con violencia contra las condiciones de violencia y continuada opresión, se genera el odio de clase que la burguesía muestra a todos los niveles y en todos los campos –también en la más democrática de las repúblicas- contra el proletariado y las masas desheredadas: la división  en clases contrapuestas de la sociedad se encuentra bien representada por la organización del Estado, de sus fuerzas militares de represión, por su burocracia, sus leyes, por una máquina estatal que tiene la tarea de defender los intereses de las clases dominantes burguesas.

La reacción natural por la supervivencia lleva necesariamente a las masas proletarias y desheredadas a huir de la miseria y de la muerte en la cual la crisis capitalista les ha precipitado. Esto es lo que ha sucedido a las masas de los países árabes en revuelta en estos meses y lo que les ha dado la fuerza para afrontar con las manos desnudas la inevitable represión policial que los regímenes burgueses de sus respectivos países han desencadenado contra ellas. La caída de Ben Alì en Túnez y de Mubarak en El Cairo no han “resuelto” –ni podían hacerlo- el problema de la crisis económica ni el problema social en que ha derivado. Las masas de jóvenes proletarios desocupados han continuado siéndolo, los campesinos pobres continúan pobres como antes, las pálidas reformas que los nuevos gobernantes han prometido no son capaces, ni de lejos, de llevar una mejora aunque sólo parcial a sus condiciones. ¿Qué vía de salida  pueden ver estas masas  abandonadas a su destino por los propios gobernantes, dejadas en la miseria… si no es la emigración, o mejor, la fuga?
Desde Túnez, y ahora también desde la Libia en guerra, la única fuga posible es a través del Norte, hacia Europa, atravesando el brazo de mar que lleva a Sicilia, y en particular a la isla de Lampedusa, la más cercana a la costa tunecina.

La clase dominante italiana, representada hoy por el gobierno Berlusconi-Bossi, ya ha dado más veces muestras de su auténtico odio de clase hacia el proletariado en general y hacia los proletarios inmigrantes en particular. Bastan las leyes sobre la inmigración Turco-Napolitano, Bossi-Fini y la reciente transformación del inmigrante en clandestino, para que no quepa duda sobre la dimensión del odio de clase que nuestra burguesía muestra, no sólo en los hechos, sino también a través de sus leyes. Y así, apenas las revueltas en Túnez y Egipto han comenzado a desbaratar la estabilidad de su régimen, nuestros gobernantes han lanzado con insistencia la alarma sobre lo que han llamado “bomba inmigrante” que llegaría a las costas italianas. Con la guerra crepitante de Libia, la alarma no podía sino aumentar. En efecto, no obstante la marina militar de los Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia, Francia… están presentes con numerosas naves en el Mediterráneo meridional, frente a las costas libias, las carretas del mar repletas de inmigrantes, en su mayoría tunecinos, pero también somalíes, etíopes y nigerianos a los cuales se han unido en los últimos días también los libios, están llegando a las costas italianas, sobre todo a Lampedusa.

Lampedusa, que durante años ha sido siempre una isla predispuesta a acoger, se ha transformado en una gigantesca prisión a cielo abierto donde amontonar y retener a las masas de inmigrantes provenientes del Norte de África. El gobierno tiene evidentemente, interés en alimentar el odio hacia el inmigrante, hacia el extranjero, creando apropósito, una situación insostenible en la isla tanto para los prófugos inmigrantes como para los residentes.

De esta manera se ha llegado a retener en la isla a casi 6000 inmigrantes (datos del 28 de marzo de 2011) acampados de cualquier manera en cualquier lugar; 6000 personas que no tienen qué comer, qué beber o qué vestir y ni tan siquiera dónde dormir y que, además, se encuentran constreñidos a situaciones higiénicas espantosas; personas que, a la espera de ser colocados en ambientes más decentes, desde hace días vagan por la isla todo el tiempo, de la cual no pueden salir hacia tierra firme si no es por medio de transportes del Ministerio del Interior y cuando éste lo decida. Por tanto, estas personas, después de haber sido clasificadas genéricamente de clandestinas y prácticamente aprisionadas en la isla de Lampedusa, serán deportadas a otros sitios, adecuadamente preparados para que no se escapen de los controles de policía. Los prófugos migrantes se transforman así en prisioneros de los llamados Centros de Identificación y Expulsión [Centros de Internamiento de Inmigrantes en España, ndt]
La sociedad burguesa de Túnez, Egipto, Libia, Eritrea, Etiopía, Somalia o Nigeriana les ha llevado a fugarse de la miseria y del hambre así como de la represión y la guerra; la sociedad burguesa italiana les reduce, prisioneros, a sobrevivir en condiciones igualmente desesperadas hasta que sean repatriados a sus países de origen, de los cuales intentarán huir por enésima vez. El capitalismo reserva a los proletarios de la periferia del imperialismo, una vida de estrecheces y de desesperación; pero la vida que estos proletarios, que se fugan de la miseria y del hambre de sus países, encuentran en los países de la rica Europa no es la vida mejor que se imaginaban encontrar y que la televisión que fácilmente reciben en todos los países del Mediterráneo hace ver. La rabia que les ha llevado a rebelarse contra los régimen de sus gobiernos y que les lleva a fugarse hacia Europa no es aún la rabia que puede alimentar aquel sano odio de clase con el cual responder al secular odio de clase que la burguesía suministra a manos llenas en sus manifestaciones de racismo o en sus prácticas económicas y sociales, y que le sirve para continuar sometiendo a los proletarios de todos los países a condiciones de esclavitud salarial.

La vía de salida de la desesperación de una vida no vivida, falsa, reprimida ya en la juventud, de masas siempre más numerosas de proletarios destinados a verter sudor y sangre en el trabajo asalariado y en la desocupación, es la vía de la organización de clase que los proletarios antes o después están obligados a formar porque experimentarán que es el único modo para poder defenderse eficazmente de la presión y de la represión burguesa. La vía es la de luchar no sólo por la supervivencia cotidiana individual sino también por la defensa de los intereses que superan el ámbito espontáneo e inmediato y que unen a los proletarios precisamente por sus condiciones de esclavitud salarial; es la de luchar contra la competencia entre proletarios alimentada consciente y continuamente por los burgueses, porque a través de esta competencia entre proletarios los burgueses conservan su predominio social y debilitan cualquier posible reacción proletaria. La vía de salida no puede ser otra que la lucha, la lucha realizada con medios y métodos de clase, es decir, con medios y métodos que rompan con la práctica del legalitarismo, del democratismo, del pacifismo, de la conciliación entre burgueses y proletarios y que colocan en el centro de la lucha la defensa de los intereses primarios, económicos, sociales y políticos de las grandes masas proletarias. El proletariado, también en los países capitalistas menos desarrollados, constituye, junto al campesinado pobre, la mayoría de la población: pero no es esta mayoría la que domina y gobierna sobre la sociedad, esto lo hace la minoría burguesa capitalista que posee todos los medios de producción y de distribución y que se queda con el producto del trabajo de la mayoría de la población. Si democracia quisiese decir “gobierno del pueblo”, no debería ser la minoría burguesa la que gobernase…. Pero el poder político es cuestión de fuerza, no de derecho, y es con la fuerza que la clase burguesa la ha conquistado y la mantiene, organizando, a través de su Estado, la opresión de todas las otras clases.
En Lampedusa y en todos los Centros de Identificación y de Expulsión, como en cualquier campo de tomates y en cualquier cantera, los proletarios inmigrantes, después de haber degustado los latigazos en sus propios países de origen, prueban las delicias de las democracias occidentales y miran en la civilización de los derechos su condición de perennes clandestinos, de parias, de explotados bestialmente por un trozo de pan, de esclavos lanzados sistemáticamente al nivel más bajo que exista en la sociedad: el capitalismo concede sólo a pocos el “elevarse” de las condiciones de miseria y de hambre, transformándolos en guardianes comprados de la masas proletaria de la cual han tratado de “emerger”, y aquellos que no han encontrado un trabajo más o menos regular como esclavos asalariados son destinados a la marginación más dura o a la delincuencia. ¡Ésta es la civilización del odio de clase a la cual los prófugos de todos los países y de todas las guerras acceden!

La lucha de clase que el proletariado, no sólo europeo, sino de todo el mundo, ha conocido en el siglo pasado gracias a las luchas revolucionarias acaecidas desde el fin de la primera guerra imperialista mundial y gracias a la victoriosa revolución proletaria y comunista en Rusia en octubre de 1917, ha sido olvidada gracias a la fuerza de la contra revolución que, vencido el movimiento revolucionario mundial, ha radicado en el proletariado de los países desarrollados, y por tanto también al proletariado de los países menos avanzados, actitudes y prácticas colaboracionistas e interclasistas que han despedazado hasta ahora cualquier tentativa de reconquista del terreno de clase por la parte proletaria. Pero la crisis capitalista y las revueltas como las que están sacudiendo los países árabes son un buen augurio: los proletarios serán lanzados inexorablemente a luchar para defenderse a ellos mismos, sus condiciones de supervivencia y sus propios intereses de clase, por encima de la fragmentación en la cual la burguesía de todos los países les ha precipitado y por encima de la competencia entre extranjeros. En la dura y accidentada reanudación de la lucha de clase, los proletarios tendrán los elementos objetivos de experiencia para reconocer también al partido político de clase, la única guía que puede conducir su lucha desde el terreno inmediato al político general para revolucionar de arriba abajo una sociedad que ofrece a la mayoría de los hombres que habitan el planeta miseria, hambre, explotación, desesperación, guerra. Lampedusa hoy, es como una ventana por la cual los proletarios de todos los países pueden mirar la sociedad capitalista: las ilusiones acerca de la mejora de las condiciones de vida caen míseramente para los proletarios prófugos que desembarcan así como para los proletarios italianos.


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