lunes, 17 de octubre de 2011

Los transgénicos llevan al suicidió a 216.000 campesinos de la India

Los transgénicos llevan al suicidió a 216.000 campesinos de la India
Fuente Greenpeace Argentina http://www.greenpeace.org/argentina/Global/argentina/graphics/hubs/transgenicos.jpg
 Vaishnavi es una niña que se quedó huérfana hace un año: su padre, como han hecho decenas de miles de campesinos indios, se suicidó desesperado por una deuda acuciante y una crisis agrícola que dura ya una década sin visos de solución.

Tras dos años de sequía, su padre, Hanuman Chaudhry, tuvo que pedir 900 euros para la cosecha a un prestamista, “un pariente”, según cuenta un tío de la niña, Ramdas, sentado en el zaguán de su casa del pueblo de Waifad, en el corazón geográfico de la India.
En septiembre del año pasado, al acercarse la temporada de cosecha del algodón, una lluvia torrencial anegó sus dos hectáreas de tierra y echó a perder por completo el cultivo, y Hanuman, tras ver el destrozo, se sentó desesperado en el bordillo de un pozo.
“Parecía que se había sentado a pensar o lavarse… pero se lanzó dentro del pozo”, cuenta el tío de Vaishnavi.
Hanuman dejó viuda y dos hijas, Kamchan y Vaishnavi, y esta, la más pequeña, se pasa el día sola en casa mientras su madre y su hermana -pronto en edad casadera- van a trabajar al campo para ganarse la vida por un jornal que ronda los dos euros al día.
“Desde 2005, cada día se matan tres campesinos en nuestra región, Vidarbha. La economía agraria, basada en el algodón, se ha arruinado. Se matan porque están desesperados”, dice a Efe el político Kishor Tiwari, del movimiento Vidarbha Jan Andolan Samiti.
“Es la desesperación, la pena. El medio hostil creado por el Estado. No soportan ver la inanición de su familia, ni la deuda que arrastran, ni su incapacidad para casar a sus hijas en edad, ni sus gastos en sanidad… sus ingresos se han venido abajo”, apostilla.
Vidarbha es un borrón en el desarrollismo indio: en la región se han matado -según datos oficiales- más de 8.000 campesinos empujados por un cóctel de deudas, cosechas fracasadas, políticas equivocadas y, dicen los activistas, una acción abusiva de la empresa Monsanto.
“El Gobierno regional abandonó los subsidios en 2003 y se abrió el mercado del algodón, pero se ha impuesto un monopolio auspiciado por las multinacionales de semillas transgénicas, que son de alto coste”, afirma el líder sindical Vijay Jawandhia.
Según su versión, esta semilla de algodón, “BT”, requiere inversiones muy altas que no siempre se ven correspondidas con su rendimiento, porque el 90 por ciento de los campos de Vidarbha no cuentan con irrigaciones y dependen en exclusiva del agua de lluvia.
“Si no llueve de aquí a dos semanas, la cosecha se reducirá a la mitad. Lo peor es que la India no tiene un plan para los campesinos, se tienen que conformar con arroz o trigo a precios baratos”, cuenta Jawandhia.
Waifad, el pueblo donde se mató Hanuman Chaudhry, recibió en 2006 la visita del primer ministro indio, Manmohan Singh, cuyo Gobierno aprobó una compensación para aliviar los créditos que, dicen los activistas, no llega a las víctimas.
La familia de Hanuman Chaudhry, cuenta Ramdas, recibió a su muerte una ayuda de 1.500 euros: emplearon los 900 en pagar al prestamista, y los otros 600 para sembrar esta cosecha; ahora vuelven a deber 200 euros en un nuevo préstamo para la escuela.
Atrapados en su espiral, algunos campesinos con más suerte financian la cosecha siguiente con créditos del banco, pero no todos los consiguen, y los rechazados se ven obligados a acudir a prestamistas que les cargan intereses a veces superiores al 60 por ciento.
“Con los prestamistas se endeudó mi marido. Ningún banco le ofreció ayuda. Dejó de sentirse apoyado. La cosecha no funcionó y se mató con pesticidas. Me quedé sola con dos niños chicos”, conviene la campesina Ujjwala Petkar, que perdió a su esposo en 2002.
Según datos oficiales, en la India se han matado 216.000 campesinos desde 1997, en un cinturón que recorre el centro y el sur del país; en Vidarbha hay aldeas de mil casas con 35 suicidas, “al menos”, repiten los lugareños, “un suicida en cada dos pueblos”.
En Nueva Delhi, la versión de los economistas y analistas del Gobierno es que la única salida para el desarrollo de la India -con tasas de crecimiento superiores al 7 por ciento en los últimos años-, pasa por el masivo paso a las fábricas de quienes trabajan la tierra.
“El modelo indio refleja una nueva política colonial de dos países: 250 millones de personas vivirán bien en las ciudades. Los otros 900 vivirán como esclavos. La India de la clase urbana será Superindia. La India rural, Somalia”, asegura Jawandhia.
Vaishnavi, bajo los retratos de su padre y sus abuelos ya muertos, escucha en penumbra a sus pequeños primos decir que ellos no sueñan con ser nada de mayores y que no esperan nada aparte de “ir a la escuela un rato antes de marcharse a trabajar al campo”.
No lejos, en este pueblo donde los cobertizos se mezclan con las casas y las cabras pastan por ahí, otras familias de campesinos festejan arrojándose polvos de colores y entre bailes y redobles de tambor la fiesta hindú de dashera y la llegada de la nueva cosecha.
“Necesitamos ayuda”, murmura entre el ruido al despedirse el tío Ramdas.
Y al tiempo Vaishnavi, ante la pregunta de si echa en falta a su padre, se limita a agachar la cabeza en el umbral de la entrada a su modesta casa pintada de azul.


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