sábado, 16 de junio de 2012

TRASFONDO DE LA ECONOMÍA VERDE


TRASFONDO DE LA ECONOMÍA VERDE
GRAIN, WRM y ATALC *.

No es conspiración, es sentido de la oportunidad


La experiencia histórica nos dice que gobiernos y sectores sociales poderosos pocas veces han planificado o previsto su futuro con certeza. A menudo, los avatares mundanos los han tomado tan de sorpresa como al resto de los mortales. Pero lo que hace distintos a los grandes hombres de la economía capitalista, es su capacidad innegable e inigualable para aprovechar el instante cuando éste se ve prometedor y expurgar los peligros cuando ellos acechan. ¿Hubo algún cónclave empresarial que decidió 50 años atrás el desarrollo de la ingeniería genética? Ni remotamente. Ella surgió de científicos que posiblemente poco sabían de economía y de política. Pero una vez que su potencial económico y de control se fue desplegando, las grandes corporaciones se han apoderado de ella hasta controlarla y subordinarla a niveles pocas veces vistos.

¿Alguien previó el carácter aparentemente subversivo de internet? Ciertamente no los estrategas militares que la impulsaron. Pero una vez que el peligro se hizo visible, las autoridades civiles y militares, en perfecto concierto con el lobby empresarial, impulsan su represión a extremos que pocos años atrás sólo podíamos ver en películas de ciencia ficción. Con el cambio climático ocurrió algo similar. Nadie lo planificó, nadie lo previó, nadie lo quiso. Pero ya que está aquí, las oportunidades de hacer negocios no serán desaprovechadas.


La economía de la destrucción


¿Cuáles son las apuestas que hacen hoy las grandes corporaciones con el aplauso de la mayoría de los gobiernos frente a ese futuro incierto, pero prometedor?

La primera, por supuesto, es que no se pueden destruir los negocios actuales si es posible sacarles algo más de jugo y si no surgen otros aún más jugosos. Por tanto, si los negocios actuales necesitan quemar petróleo, destruir el medio ambiente o continuar emitiendo gases invernadero a partir de cualquier fuente, no paremos la destrucción, sólo démosle, o pretendamos darle, un cauce controlable. Y si contrarrestar el daño o medicar sus efectos es buen negocio, ¿por qué no destruir un poquito más para que haya más que reparar y medicar?

Entramos así a la era de la destrucción programada, la hermana bruta de la obsolescencia programada. Por ello, no es sorprendente que las propuestas de economía verde estén tan íntimamente ligadas a las falsas soluciones a las crisis climática y ambiental. Como tampoco lo es la absurda discusión de si debemos tener como “meta” que el planeta de caliente 2°, 3° o 4°C.

La lógica de la destrucción es parte de la lógica más amplia de la escasez, proceso básico de la economía capitalista, que consiste en convertir los bienes no controlados por el mercado en bienes escasos, para así tornarlos en mercancía. Todo ello bajo el cálculo que mientras más escaso sea un bien, más estaremos dispuestos a pagar por él. Y cuando el despojo es total, ya no hablamos de la disposición a pagar, sino de la obligación de hacerlo. Si todo el que necesitase un pedazo de tierra para cultivar o vivir tuviese acceso a ella, nadie necesitaría comprar o arrendar tierra.

La tierra se ha convertido en mercancía cuando pueblos enteros han sido expulsados de ella, ya sea por el cercamiento, las encomiendas y haciendas, los acaparamientos actuales, etcétera. Si todos nosotros pudiésemos producir nuestro propio alimento, nadie pagaría por él. Si todos tuviésemos acceso al agua, nadie se vería obligado a pagar por ella. El cobro se hace posible al concentrarse gente en la ciudad, al deteriorarse y disminuir las fuentes de agua, al contaminarla o hacerla parecer contaminada (para, por ejemplo, vender agua embotellada), o al construir represas por doquier.

La destrucción programada es sólo una forma de producir escasez. No es algo nuevo y va mucho más allá de la economía verde. Para poder lucrar de la mano de obra asalariada, el capitalismo debió destruir los medios de vida que brindaban sistemas sociales distintos a él en el mundo entero, y lo hizo jugando la carta de las promesas de la modernidad, pero también con las balas de las guerras imperiales.

Para convertir las semillas en gran negocio, se impulsó la destrucción de los sistemas tradicionales de custodia, mejoramiento, goce, intercambio y producción de las semillas, eliminando así la capacidad de millones de hombres y mujeres del campo para producir su semilla. Esa destrucción se sigue impulsando hasta ahora; no hay otra forma de entender, por ejemplo, por qué algo tan absurdo como la prohibición de vender e intercambiar semillas locales se haya impuesto en Europa y se busque imponer en el mundo entero como parte de leyes de propiedad intelectual.

Pero los ecosistemas y el clima aún se interconectan con todos, y todos aún pareciéramos tener acceso a ellos. ¿De qué manera se hacen “escasos” para así convertirlos en fuente de negocios? En primer término, siguiendo la conocida vía de la privatización. El menú es diverso: acaparamiento de tierras, privatización del agua, privatización de parques nacionales, privatización del mar (bajo el pseudónimo de concesiones), privatización del subsuelo (para la minería, el agua y el petróleo), patentamiento de genes y seres vivos, creación de sistemas de pago por elementos como el aire y la lluvia, etcétera. Cada uno de estos procesos significa que pueblos y comunidades cuyos medios de vida dependen de los ecosistemas afectados no tendrán acceso a elementos fundamentales para la alimentación, la vivienda y la pervivencia de sus formas de convivencia, agricultura, creación cultural, goce estético, etcétera.

En segundo término, ¿por qué no explorar, como ya decíamos, la vía de un poco más de deterioro? Si los bosques se hicieran aún más escasos o frágiles, ¿no estaríamos más dispuestos a pagar caro por que se mantengan los que aún existan o por un programa de remediación que los restaure? Si el deterioro climático y ambiental es tal que el alimento se hace escaso, ¿las grandes corporaciones del agronegocio no multiplicarán sus ganancias, como tan bien lo demostró la crisis del 2008?

Pensemos en un planeta donde los paisajes hayan sido devastados ampliamente, y sabremos que los parques nacionales y zonas de reserva serán un negocio redondo, no sólo por las funciones ecológicas que puedan desempeñar, sino por su vinculación al turismo o simplemente el acceso a la belleza. Si aún no nos cobran por respirar, es porque aún hay aire respirable suficiente para poder respirar sin pedirle permiso a nadie. Pero piénsese en una situación de escasez de aire respirable, y no es difícil imaginarnos haciendo cola para comprar contenedores de aire puro.

Imaginémonos entonces un mundo donde las condiciones climáticas sean una amenaza permanente y de inmediato podremos visualizar una industria floreciente comercializando condiciones artificiales para enfrentar los efectos del clima, desde medicamentos contra nuevas enfermedades y espacios en zonas altas contra las inundaciones, hasta refugios contra tormentas, sistemas de estabilización de temperaturas, promotores de lluvias, etcétera. Y no hablamos aquí sólo de condiciones domésticas o locales, sino de espacios tan amplios como los que propone cubrir la geoingeniería. Detrás de cada una de las absurdas propuestas ingenieriles para controlar el clima o enfriar el planeta, encontraremos una empresa buscando convertirse en realidad o expandirse.

Sin embargo, aunque la salud humana puede sufrir por el cambio climático, las empresas médicas pueden mejorar su situación financiera como resultado de un aumento de la demanda por sus productos:John Llewellyn Lehman Brothers (14)Las amenazas físicas, como mayores sequías, tormentas más frecuentes y más intensas y una tendencia general a inviernos más cálidos y veranos más calurosos dispararán los ingresos de los abastecedores de agua y de las compañías de seguros, cuyas primas subirán: Climate Change Corp. Climate News for Business (15)

Acaparando lo que quede


La destrucción por supuesto, ha de tener un límite. En algún lugar, en algún nivel o condición —que aún no conocemos— habrá un límite en que el mal funcionamiento del clima o del conjunto de los ecosistemas dejará de ser buen negocio y pasará a ser un problema ineludible incluso para los dueños del gran capital y el funcionamiento de los negocios. Por ello se necesitan estrategias complementarias.

Una primera vía, que posiblemente se proyecte entre las más importantes a futuro, es la de controlar, apoderarse y acaparar físicamente espacios de reserva donde, supuestamente, la naturaleza o alguna parte de ella seguirá funcionando de manera adecuada, o en su defecto apoderarse los espacios que contengan los recursos claves que permitan paliar los efectos de la crisis y ganar mucho dinero vendiendo tales paliativos. Éste es el segundo papel que cumple la privatización. Ésta es la lógica, por ejemplo, del acaparamiento de tierras.

En la medida que la agricultura se vaya haciendo más difícil, será cada vez mejor negocio poseer o controlar tierras cultivables en el corto o largo plazo. Razones y lógicas similares yacen detrás de la carrera por nuevas concesiones pesqueras en aguas más frías, de la fiebre de privatización de parques nacionales y reservas naturales, o de la compra de vastas extensiones de tierras bajo vegetación natural, ya sea en zonas de selva tropical, o en el extremo sur de América del Sur.

El control físico de grandes extensiones cumple en esta lógica de expansión de los negocios otro papel importante: impedir que especialmente las poblaciones rurales sigan ejerciendo la vocación de evadir los mecanismos de la dependencia. Ochenta y cinco por ciento de las familias campesinas e indígenas del mundo acceden a menos de dos hectáreas de tierra (16) y, sin embargo, aún se las arreglan para no desaparecer, para mantener en su mayoría la “informalidad” y las formas de evasión de los mercados.

A pesar de todos los cercos legales, técnicos, políticos y propagandísticos que se le tienden a la agricultura campesina e indígena, las relaciones con el mercado avanzan de manera irregular y las resistencias surgen y resurgen en distintas circunstancias. La lección aprendida por las grandes empresas y entes financieros pareciera ser que mientras les queden recursos propios, los pueblos del campo pueden siempre reinfectarse con el virus de la autonomía. La respuesta, una vez más es: despojo total.

Ya sea como blindaje frente al deterioro ambiental, ya sea como forma de desarmar los mecanismos de evasión y resistencia, ya sea simplemente como gran negocio, el control físico de los espacios ha pasado a identificarse como estratégico por parte de los capitales. Por lo mismo irá ineludiblemente aparejado con procesos de expulsión de familias, comunidades y pueblos desde sus poblados, tierras y territorios, procesos que ya estamos presenciando de manera creciente. Si la expulsión y toma de posesión se hará de manera “tranquila” o exigirá medidas de guerra abierta dependerá en gran medida de la existencia de gobiernos que cooperen con los inversionistas y repriman a las posibles hordas.

Un poquito de azúcar para facilitar las cosas


Desde el punto de vista de los negocios, la guerra o el descontento pueden ser ineludibles, pero también altamente inconvenientes. Por lo tanto, antes de aplicar el garrote, es conveniente mostrar la zanahoria. Para los territorios indígenas y campesinos, que aún cubren una superficie importante y contienen en ellos muchos de los bienes naturales mejor conservados, la zanahoria preferida por el momento es la de la venta de servicios ambientales y sus derivados, especialmente REDD y REDD Plus.

Como ya lo han dicho innumerables organizaciones sociales, la estrategia REDD/servicios ambientales es un mecanismo que, por un lado, permite a muchas de las empresas más contaminantes y destructivas del planeta seguir contaminando y obtener ganancias de esa destrucción y, por otro lado, crea condiciones para la expropiación paulatina de espacios y territorios aún en manos campesinas y de pueblos indígenas.

En una primera fase, lo que se expropia es la capacidad de familias, comunidades y pueblos a determinar libremente las formas de manejo, goce y protección de sus espacios y sus bienes comunes. Con la excusa de hacer tratos serios, se imponen por contrato —o por simple orden de las autoridades— planes de manejo determinados externamente, que limitan las fuentes de alimentación y sobrevivencia, alteran los sistemas de convivencia, destruyen o debilitan las organizaciones y traen a cambio ingresos monetarios exiguos que no solucionan problemas de fondo e incluso exacerban las tensiones creadas.

Los ejemplos que van tornándose conocidos muestran comunidades que se endeudan, dispersan o quiebran, lo que a menudo se traduce en abandono, migración, división de tierras comunales, aceptación de contratos de arriendo a largo plazo, y finalmente venta de tierras o la entrega de ellas porque se les obligó a utilizarlas como prenda hipotecaria. La zanahoria muchas veces no logra impedir el descontento, pero a menudo permite que éste surja sólo una vez que las comunidades involucradas ya no estén en condiciones de reaccionar o resistir.

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