domingo, 28 de abril de 2013

Hugo Chávez dejó en Elorza un recuerdo imborrable

Hugo Chávez dejó en Elorza un recuerdo imborrable (+Fotos)
Ramón Ojeda Cruzati y Emma Guerrero evocan con nostalgia los años en los que el joven capitán llegó a este pueblo ubicado junto al río Arauca

Río Arauca

Ramón Ojeda Cruzati, hoy cronista de Elorza y a quien todos llaman “Moncho”, considera que cuando Hugo Rafael Chávez Frías llegó a Elorza por primera vez hubo una serie de hechos y coincidencias misteriosas que hicieron que se cruzaran los espíritus y naciera una especie de empatía y enamoramiento entre el joven oficial y este pueblo apureño y su río Arauca, a los que siempre evocó con nostalgia y hasta con ternura. Moncho y Emma Guerrero figuran entre las elorzanas y los elorzanos con quienes Chávez cultivó una cálida amistad; incluso, fue compadre de Ojeda.

Chávez llegó a Elorza como a las 2:00 pm de un día de agosto de 1985. Su arribo transcurrió en circunstancias azarosas: uno de los vehículos del pequeño convoy militar cayó desde la rampa de la chalana a las aguas del Arauca, al parecer por el nerviosismo de uno de los soldados que hacía de conductor. Era pleno invierno. En agosto el río Arauca alcanza su mayor caudal y profundidad. El puente sobre el río todavía no se había construido.

La noticia del percance (un carro del Ejército cayó al agua), se regó velozmente entre las vecinas y los vecinos. Enseguida se aglomeró un grueso grupo de aldeanos en ambas orillas. Moncho, parado en uno de los barrancos, fue uno de los curiosos que llegó, empujado por los comentarios. Desde allí contempló angustiado los esfuerzos de los canoeros y de la gente zambulléndose para ayudar a sacar el vehículo de las aguas.

“Ese fue el bautismo de fuego del Comandante en Elorza”, señala hoy Ojeda Cruzati, convencido de que el hecho formaba parte de esos cruces inexplicables del destino.

Para entonces cumplía funciones como síndico procurador municipal, responsable de medir las calles, determinar y distribuir los terrenos habitables, encargarse de los ornamentos, ocuparse de la cuestión ambiental y la defensa del municipio. Contaba con 23 años. En 1995 lo nombraron cronista, cargo que desde entonces ocupa ad honorem, pues se niega a percibir remuneración.

Moncho observa que aquella muestra espontánea de solidaridad del pueblo con el oficial en apuros fue determinante para el surgimiento de los nexos afectivos que los ataron a ambos.

“Las cosas estaba sucediendo”, considera, “ para que se conectaran los espíritus. Cuando cayó el carro al agua, los pescadores y canoeros que iban por ahí comenzaron a zumbarse ‘haciéndole la segunda’ al Comandante. Forcejearon hasta las 6:00 pm. De noche no se le zumban a ese río. El Patrullero (un enorme caimán del río Arauca) estaba en pleno apogeo. Chávez, supongo, cuando vio esa solidaridad de pueblo se enamoró, porque uno es como un animal: donde le brindan cariño, donde le pasan la mano, ahí se pega. Esa manifestación de esa gente humilde lo ató más a la tierra. Él sacó el carro al otro día, pero sintió ese calor humano alrededor suyo”.


Libertad o muerte

Refiere que entre agosto y diciembre de ese año el capitán Chávez se dedicó a reconocer el terreno, ya que se trataba de un territorio fronterizo y se corrían muchas “bolas”: que si guerrilla, que si esto, que lo otro, que si cuatreros. Inmediatamente entendió que lo que había era gente humilde.

“Yo no voy a decir que son almas de Dios, pero sí gente buena y generosa, como lo había leído en la novela Doña Bárbara. Y pronto, en diciembre, ya Chávez estaba metido en los bailes de joropo”, dice.

Relata que todavía en los años 80 a los militares se les miraba con temor y persistía la noción de considerarlos represores. En Elorza el jefe de la guarnición militar ocupaba un lugar privilegiado dentro de los estratos sociales locales. Se codeaba exclusivamente con los concejales, el presidente de la cámara municipal, el alcalde, los diputados, los ganaderos o latifundistas y en general la gente pudiente, que Moncho llama “los que tenían más plata”. Chávez hizo lo contrario: fue directamente a conectarse con el pueblo y no lo hizo por interés o con segundas intenciones. Fue el primero que se relacionó con los campesinos en los bailes con el arpista, con el indio.

“No es por suerte que a Chávez lo quieran los indios”, señala. “Él fue primero a ellos. Ese trato no era por interés alguno, para salir de aquí, no. Era porque le salía del alma. Se ponía a bailar joropo sin saber y disfrutaba de lo lindo cuando uno lo veía cantando un pasaje y sentía que él no era un cantante, no era un Cristóbal Jiménez, un Reynaldo Armas, un Jorge Guerrero, pero lo hacía con pasión, con vehemencia. Y cuando se hace con vehemencia, con pasión y con el alma, y las palabras salen con espíritu, salen vivas, y uno las canta, las capitaliza. Eso fue lo que hizo él. Al ratico era un Moncho cualquiera, era uno más de Elorza, casi hablando como estamos hablando nosotros. El comenzó a tratar primero a la gente de abajo”.

A Chávez lo conoció después de un juego de beisbol entre el equipo del Ejército y el de Elorza. Moncho jugaba “right field” o jardín derecho, mientras que Chávez era el pitcher

“Nos metió un blanqueo ese día”, recuerda, “pero yo le bateé de cinco, cinco. Él me dijo: ‘este carajito es el único que se me ha embasado, esta vez si te voy a ponchar’. Le bateé por todas partes. Yo a mi vida deportiva como beisbolista llegué tarde: a los 19 años, ya que jugaba volibol y baloncesto y no tenía mucho dominio del bate. Era mal bateador, pero a Chavez le bateé de cinco cinco. Siempre lo recordamos y siempre nos vinculamos por allí, nos hacíamos gestos y cosas. Y pronto a través del arpa y de la historia tuvimos una hermandad”.

Ambos se hicieron grandes amigos, además de compadres. Chávez le confesó una vez que estuvo a punto de quitarse la vida en el hato Santa Rita acosado por una deuda adquirida con una empresa agrícola financiera: había sacado a crédito una maquinaria agrícola e insumos, pero ese año el fuerte invierno acabó con la cosecha y lo dejó arruinado.

“Él me lo dijo: ‘compadre, estuve en estos días a punto de matarme.’ A él lo dejaron en Elorza, y le dijeron que buscara una finca donde pudiera desarrollar un proyecto fronterizo y que prestara a la vez seguridad. Yo, como síndico, le busqué un terreno de cuatro hectáreas que está en caño Caribe y lo sembró con algodón y ajonjolí. Después me comentó que necesitaba algo más grande. Yo le dije que había un hato llamado Santa Rita que es de un colombiano que lo tiene abandonado hace mucho tiempo”.

Chávez tuvo problemas con la superioridad militar, cuando planteó izar en el Escamoto (Escuadrón Motorizado Francisco Farfán) una bandera negra “rabo ‘e golondrina” que llevaba pintada una calavera y la palabra “Libertad o Muerte”. Moncho recuerda con nitidez aquella anécdota, ya que había acompañado a su compadre a reconstruir la historia sobre el origen de aquella bandera.

El estandarte, que originalmente solo tenía la palabra “muerte” había sido llevada por los llaneros que siguieron a José Tomás Boves en la Guerra de Independencia en el siglo XIX. Moncho detalla que Boves, en 1813, había incitado a los llaneros a jurarle a esa bandera de piratas. Muerto Boves en Urica, los soldados quedan disgregados hasta que José Antonio Páez los reunificó en la Trinidad de Orichuna. Páez aceptó la bandera con la condición de que se le agregara la frase “Libertad o muerte”.

“Él saludaba así: ‘Caballero por herencia’, les decía a los soldados, ‘valientes por tradición, libertad o muerte’, que era lo que decía la bandera de los llaneros. Razonaba que cómo iba a estar un Ejército en estos campos sin conocer esa bandera. Entonces izó la bandera en el Escamoto. Fueron a visitarlo dos comandante del DIM y lo citaron a la Comandancia General del Ejercito”.


Chávez con la familia de Emma Guerrero

La profesora de inglés

Guerrero guarda en su casa de Elorza un manojo de fotografías de cuando Chávez pasó por este pueblo dejando una estela que no se apagará nunca. Ella no puede evitar conmoverse cuando lo recuerda. En su garganta se forma un tarugo que impide el paso de las palabras. Las lágrimas son inevitables.

De su hogar, ubicado a una cuadra detrás de la iglesia, frente a la sede del Banco Agrícola de Venezuela, dice: “En esta casa lo que hay es revolución”, con banderillas e insignias en las paredes, en el jardín, en el frontal de la residencia.

Confiesa que aquel joven flaco, echador de broma, les marcó la vida a todas y a todos.

“Usted sabe”, cuenta Guerrero en el porche de su casa, “que en este pueblo cuando llegaba un jefe militar nos lo iban presentando. Desde que Chávez pisó tierras elorzanas a mí y mucha gente nos cambió la vida. Yo soy docente y daba clases de inglés. Él era una persona muy accesible, tenía una calidad humana indescriptible, tenía su revolución borbollante. Lo mandaron para acá como una especie de castigo, pero ese castigo se convirtió en felicidad, porque una vez que nos habló de revolución, yo y casi todos nos apartamos de partidos políticos y nos dimos a la tarea de acompañarlo. Aquí nació parte de esa revolución que ya venía formándose con todos esos militares que conocíamos. Él se dedicó a la gente humilde, no podía ver a alguien que estaba sufriendo, padeciendo. Nos decía: ‘ayúdenme, muchachos’. Cuando iba a reuniones en Caracas traía de todo para repartirles a los niños y a los adultos”.

Con Chávez los pueblerinos comenzaron a conoce el mundo militar. Él les hablaba de lo que ocurría en los altos mandos. Guerrero le dijo una vez: “bueno, amigo, tú vas directo a ser general”. No faltó la respuesta.

“Él me dijo: no, Emma, yo no puedo ser general. Allá hay una corrupción demasiado grande. Claro, la mayoría de las personas son buenas, pero hay mucha corrupción dentro de las Fuerzas Armadas, desgraciadamente. Me duele en el alma, me lacera el pecho, pero hay mucha corrupción, y te lo digo porque yo lo vivo: a mí me mandaron para acá y me tienen como execrado, pero yo lo que estoy es haciendo cosas buenas”..

Durante su estadía en este pueblo apureño, capital del municipio Rómulo Gallegos, distante unas tres horas de San Fernando, Chávez se ganó el aprecio de todos. Guerrero asegura que muchas de las promociones escolares que en esos tiempos egresaban -en San Fernando, Achaguas, Mantecal, Bruzual, Guasdualito- lo buscaban como padrino de promoción.


La amistad entre ambos alcanzó tal nivel de confianza y aprecio que cada vez que enviaban a un jefe militar para el Escamoto, Chávez le mandaba una tarjetica: “Ese es de los nuestros”.

Un día todo el pueblo le pidió a Chávez que fuera presidente de las fiestas patronales. Él respondió que debía consultar con sus superiores.

“Nosotros mandamos cartas; si no nos lo aceptaban lo íbamos a nombrar”, cuenta. “Lo nombramos presidente de las mejores fiestas que han pasado por toda Elorza. Otras habrán sido rimbombantes porque traen gente y beben, pero él dignificó las fiestas. En cada rincón de Elorza había un arpa con cantantes, con contrapunteadores. Él cantaba, declamaba en la tarima. Aquellos artistas, apenas Chávez los nombraban, se venían todos. Por aquí pasaron Reyna Lucero, Cristina Maica, Cristóbal Jiménez, Eneas Perdomo. La música venezolana casi no se oía, y él hizo que a todos nos gustara”.
El juramento

De la labor de Chávez en Elorza ella resalta su labor en el hato Santa Rita y su obstinada defensa de los indígenas pumé, por quienes abogó y a quienes defendió a capa y espada y luchó por dignificar.

En Santa Rita construyó casas para los soldados, sembró frijoles, caraotas, yuca, topocho, plátanos.

“Él, sin presupuesto, sembró ahí la revolución. Yo le dije una vez: ‘Chávez, tú eres un ánima’. Él me dijo ‘¿por qué?’. ‘Porque vives pidiendo’. Ese hombre trabajo mucho allá y eso se lo agradecen eternamente”.

Siempre estuvo del lado de los indígenas, mediando entre el ganadero que acusaba al indio de robo y el que buscaba un bocado para alimentar a la familia. Antes las acusaciones del terrateniente, Chávez alegaba que ellos no estaban robando porque estas tierras les pertenecían originariamente. Tampoco se les puede castigar, argumentaba, porque ¿de qué vive un indígena? ¿Cómo trabajan si nadie les da con que trabajar? Relata un caso que presenció personalmente:

“Un vez lo mandaron a que fuera a ver a unos indígenas que se había robado un ganado. Entonces él, rodilla en tierra dijo: ‘lo juro, que de aquí en adelante, mientras yo viva, nadie va a venir a meterse con los indígenas, porque yo los voy a dignificar”.

Confiesa que la muerte del Comandante le provocó un dolor “que nos lacera el alma”. Sin embargo, siente que dejó un legado inolvidable: La patria, tal como lo dijo María Gabriela, su hija, durante el funeral.

“Yo conozco a toda la familia del presidente Chávez”, señala, con una voz cargada de sentimientos. “Es una familia digna, humilde, honrada. Yo les digo a Hugo de los Reyes, su padre; a doña Elena, su madre; a sus hijas, sus hermanos, que los amamos muchísimo, y les transmito que no están solos. Que todo este pueblo de Elorza, de Rómulo Gallegos, de Apure, todos estamos con ellos”, expresó.

“Ese hombre maravilloso, sensible, alegre, familiar, desprendido, risueño, ese hombre que daba todo a cambio de nada, esa imagen de ‘los que quieran patria vengan conmigo’… Todas esas imágenes bonitas de Chávez las tengo en la mente. No se me pueden borrar. Es imposible. Esta revolución va pa’ lante y por siempre. Cada día nos dedicamos más a trabajar por ella. Yo soy patrullera. Si debajo de una piedra hay un voto para Chávez, ahí lo vamos a sacar”, puntualizó.
El niño que siempre fue

William José Colmenares ingresó al servicio militar en 1986. Recibió su entrenamiento en San Juan de los Morros. En octubre de ese año fue enviado a Elorza. Hugo Chávez necesitaba un chofer de reemplazo, y Colmenares se convirtió en su conductor, prestado por un mes. Le manejó hasta que se fue de baja.

Colmenares, quien se crió en Elorza, confiesa que aquellos tiempos de chofer de Chávez fueron dos años buenos, bonitos. Las fiestas de Elorza se hacían con ganas. Chávez era exigente y le gustaba que las cosas salieran bien.

A su jefe lo recuerda como un hombre sumamente humanitario. A veces iban hacia caño Caribe o hacia Santa Rita y veían a niños en la carretera; Chávez se bajaba y se ponía a jugar metras con ellos. Algunos estaban desnudos. Él les decía: “vaya a ponerse un shorcito y le voy a dar un caramelito para que sigamos jugando metras”; era un niño igual que ellos.

Refiere que nunca lo presentó como su chofer, sino como un hermano. Cuando se reunía la junta de las fiestas, Chávez siempre salía con un chiste.

“Yo tengo una broma que imito las personas al hablar y cuando él se quería reír me decía: ‘William, ¿cómo habla fulano?’. Una vez me dijo: ‘mira, William, aquí lo que falta es un hombre que tenga patria, que tenga espíritu para que Venezuela surja’. Andábamos por ahí, veíamos a jornaleros y él decía ‘oye, cómo sacrifican a mi pueblo’.

En Elorza “incentivó la siembra de patilla. Nosotros en Santa Rita hicimos ensayos con patilla, ajonjolí, berenjena, todos esos rubros los traía de Barinas y sembrábamos acá”, dice.

Y aquella arpa bramaba

“Esa noche montamos la gran noche criolla con Reina Lucero, Eneas Perdomo, Luis Lozada y todas las personas que ya he nombrado. Vino aquel muchacho que también murió: Sexagésimo. ¡Qué cantor era ese muchacho! Lamentablemente igual que a Luis Lozada, “El Cubiro”, los recuerdo a todos desde mi corazón, en este Cajón de Arauca apureño. Esa noche lleno de fortaleza, de amor por este pueblo, de esas raíces que uno carga, presenté a Eneas, que es el padre de todos ustedes .Ese es el pilar mayor. El general en jefe, le digo yo a Eneas Perdomo. Recuerdo que improvisé una copla, voy a ver si la recuerdo: Vibra el cajón del Arauca/y se encabrita su lomo/porque esta noche en Elorza/Nos cantará Eneas Perdomo/. Y aquella arpa bramaba, vibraba el Arauca”.

(Tomado de Cuentos del Arañero, La Fiesta de Elorza).
T y F/ Manuel Abrizo
Elorza

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