La gran crisis internacional que comenzó en Estados Unidos en los años 2007-2008, y se extendió luego a casi la totalidad del planeta, dio pie al Fondo Monetario Internacional para convertirse en un actor principal en Europa, después de haberlo sido durante más de treinta años en la mayor parte de los países en desarrollo. Aunque desacreditado por el desastre social causado por las políticas que impuso en el Sur, el FMI aprovechó la crisis para volver a recuperarse y generalizar en el Norte las mismas políticas nefastas. La misma lógica está siendo aplicada actualmente en el Norte: el FMI se convierte en acreedor de diversos países de Europa occidental y, más allá de las recomendaciones que prodigaba aquí y allá, ahora interviene directamente en las políticas económicas en el corazón del viejo continente. Lejos de servir al interés de las poblaciones afectadas por la crisis, el FMI actúa al servicio de las grandes potencias y de las empresas transnacionales, entre las cuales las grandes sociedades financieras privadas desempeñan un papel fundamental. Joseph Stiglitz, que fuera el nº 2 del Banco Mundial entre 1997 y 2000, ya había sacado esta conclusión a comienzos de los años 2000: «Si examinamos el FMI como si su objetivo fuera servir los intereses de la comunidad financiera, se encuentra sentido a unas acciones que, de otro modo, parecerían contradictorias e intelectualmente incoherentes.» |1|
En 1976, el FMI intervino en el Reino Unido a pedido del Partido Laborista, a fin de salvar la libra esterlina menoscabada por los mercados. El acuerdo al que se llegó aprobaba un préstamo de 3.900 millones de dólares, el más importante concedido hasta entonces. El impacto social de las medidas impuestas por el FMI en esa ocasión fue tan desastroso que los laboristas fueron desalojados del poder tres años más tarde, despejando el camino a las medidas ultraliberales de Margaret Thatcher. Por entonces, se firmaron dos acuerdos entre Portugal y el FMI, uno en 1977 y el otro en 1983. En este último caso, Le Figaro recordó que «La ayuda del FMI, negociada por el gobierno de Mario Soares (socialista), se acordó al precio de medidas draconianas: aumento del tipo de interés, de los impuestos, fuerte devaluación del escudo, recortes en los gastos públicos y reducción de los salarios, hasta un 25 % en tres años. Resultado: el consumo se hundió, el desempleo trepó hasta el 11 % y el crecimiento tuvo una fuerte reducción.» |2| Desde entonces, la institución instalada en Washington no había vuelto a operar en la economía de un país de Europa occidental.