El nuevo fenómeno político boliviano es un indigenismo complaciente con el neoliberalismo, la Embajada Estadounidense y las transnacionales petroleras.
Para nadie es un secreto que Estados Unidos financia a la oposición de los gobiernos de izquierda, ni que su motivación es el control de los recursos naturales. En el caso boliviano, la resistencia del indígena al abuso lo convirtió en un formidable defensor de los derechos humanos, pero su relación de simbiosis con la tierra lo convirtió además en defensor de los recursos naturales.
Evo Morales, logró atar los cabos sueltos de esa relación de simbiosis, y su triunfo, por lo tanto, fue tan significativo para las etnias originarias, que ahora, en la política boliviana, todos los caminos pasan por el indígena. A la extrema derecha no le quedó otro recurso que inventarse su propio indigenismo, y, por muy aberrante que sea la idea de un indigenismo imperialista, el nuevo fenómeno político boliviano es un indigenismo complaciente con el neoliberalismo, la Embajada Estadounidense, las transnacionales petroleras, y las ONGs donde se esconden los intereses del saqueo.
Esta novedosa mutación del indigenismo tiene su centro de acción en las tierras bajas y se articula en torno a la Confederación Indígena Del Oriente Boliviano (CIDOB), financiada por USAID y apoyada por una legión de ONGs, como lo demostró la marcha contra la carretera del TIPNIS y el convenio que los indígenas guaraníes firmaron con la petrolera Repsol, apoyados por la ONG Nizkor, de espaldas al Estado Plurinacional de Bolivia.
En éste último caso, Repsol simplemente puso 14 millones de dólares en un depósito a plazo fijo por diez años, y con los intereses se comprometió a entregar 140 mil mensuales a la Asamblea del Pueblo Guaraní, (APG) para que ellos la administren libremente. Si se toma en cuenta que las transnacionales petroleras son entidades de lucro, queda en evidencia la existencia de una motivación oculta, más allá de la aparente filantropía.
Al igual que sucedió con la carretera del TIPNIS, donde uno de los mecanismos para establecer la dependencia del indígena fueron los bonos por absorción de anhídrido de carbono, pagados por los países industrializados, como “compensación,” que de paso les permita a las potencias seguir contaminando el planeta, la consulta al indígena que la nueva constitución establece para obtener las licencias ambientales de proyectos en sus territorios, había sido secuestrada ya por los intereses del saqueo, para boicotear el proceso de cambio.
Estados Unidos, las transnacionales, las ONGs, la derecha, su poderosa prensa y hasta la iglesia católica, estaban promoviendo abiertamente nuevos liderazgos indígenas contrarrevolucionarios, dependientes de los intereses del saqueo, para establecer en torno a los recursos naturales, nuevas élites locales opuestas al interés nacional. Siguiendo los mandatos políticos de sus “benefactores,” los líderes indígenas contrarrevolucionarios probaron que podían obstaculizar todo proyecto y hasta desestabilizar el gobierno, lo cual significa en definitiva boicotear el proceso de cambio, y porque no, hasta derrocar al gobierno de Morales.
La historia ha demostrado que la derecha cuando es derrotada en democracia por carencia de argumentos que puedan convencer del saqueo a un pueblo históricamente saqueado como Bolivia, recurre a las más curiosas operaciones encubiertas con fines conspirativos. Este fenómeno del indigenismo contrarrevolucionario, es sin duda alguna, uno de esos proyectos desestabilizadores. Sin embargo, la manipulación es tan obvia, que no resiste la prueba de un análisis objetivo. El pueblo boliviano ya se ha dado cuenta de que la guerra eterna entre la izquierda y la derecha es la guerra entre el saqueo y un pueblo que resiste a ser saqueado un día más.
Habiendo llegado ya al poder, el nuevo objetivo del pueblo boliviano es en el plano del entendimiento. Los guaraníes, están entendiendo, por ejemplo, que no necesitan entregarse a las transnacionales que antes se llevaban el 83% del valor de los hidrocarburos y que pretenden volver a hacerlo. Lo que necesitan es reclamar la porción que les corresponde del Impuesto Directo a los Hidrocarburos, (IDH) el cual es un recurso destinado al bienestar de las zonas productoras.
Están entendiendo finalmente, que la nacionalización hecha por el presidente Morales ha multiplicado esos ingresos que siguen siendo manejados por los gobiernos departamentales, los cuales, por lo menos en el caso de Santa Cruz, al estar en manos de la derecha, han sido redistribuidos en proyectos para beneficio de los sectores productivos que ostentan el poder. Los indígenas bolivianos están entendiendo finalmente que parte de ese dinero les corresponde, y que lo único que tienen que hacer para administrarlo directamente, es reclamar la democratización del concepto de autonomía, el cual salió ya del centralismo nacional, sólo para atorarse en el de las gobernaciones.
En diciembre del 2005, cuando Evo Morales ganó su primera elección prometiendo al pueblo la nacionalización de los hidrocarburos, el gobernador de Tarija Mario Cossío ligado estrechamente a las transnacionales, dijo que habían perdido el gobierno central pero no los hidrocarburos, porque las decisiones sobre éstos, las tomarían los gobiernos departamentales. Las autonomías era, sin duda alguna, el plan “B” de las transnacionales para controlar los hidrocarburos bolivianos. No fue sorpresa alguna, por lo tanto, confirmar que las transaccionales petroleras, siempre formaron parte de la estructura desestabilizadora de la derecha que conspiró constantemente contra el gobierno Evo Morales.
El proceso de renovación del entendimiento que está teniendo el pueblo boliviano, es en realidad un proceso de rehabilitación del enorme daño que le ha causado la poderosa campaña de desinformación con la cual la derecha ha logrado meterlo en un estado de hipnosis colectiva, por el cual como autómata ha boicoteado su propio futuro. Ese proceso de despertar de la consciencia se notó por ejemplo en la última elección de la Asamblea del Pueblo Guaraní, en la cual el dirigente que suscribió el acuerdo con Repsol, perdió las elecciones ante una dirigencia que propone el acercamiento con el gobierno para hacer realidad los cambios legislativos que implementen el rescate de su representatividad, y el derecho a la administración de sus recursos.
Algo similar está empezando a suceder con los indígenas del TIPNIS los cuales ya se ha dado cuenta de la manipulación de que han sido objeto por parte de los intereses del saqueo. Están entendiendo que los proyectos nacionales, por ser genuinamente reivindicativos de las clases antes olvidadas, son mucho más beneficiosos para ellos, como lo es por ejemplo, el proyecto del polo de desarrollo del Chapare, que pretende hacer realidad la sustitución de la hoja de coca con la industrialización y exportación de productos agrícolas bajo el modelo de producción comunitaria en el cual ellos son los protagonistas, en lugar de las transnacionales que boicotearon la carretera por impedir el surgimiento mundial de ese modelo productivo que se opone al capitalista de la gran corporación agrícola transnacional que está controlando la producción mundial de alimentos y sometiendo al mundo entero a dependencia y sometimiento. Una vez más, los móviles de los conflictos, son los intentos de control corporativo transnacional, y los esfuerzos de los pueblos por defenderse.
A pesar de todo, los magros resultados de las millonarias inversiones imperialistas para derrotar a Morales y su proceso de transformaciones, prueba que en Bolivia, el indigenismo contrarrevolucionario no pasará de ser otro experimento estadounidense destinado al fracaso, porque simplemente prostituye la identidad indígena al corromperla para beneficio de los explotadores, alejándola de su natural relación de simbiosis con la tierra, que lo hace invariablemente anti-imperialista.