Vandana Shiva (India, 1952) es una mujer polifacética: física, filósofa, pacifista y feminista. Es una de las pioneras del movimiento ecofeminista y directora de la Fundación para la Investigación en Ciencia, Tecnología y Ecología (Research Foundation for Science, Technology and Ecology, en inglés) en Nueva Delhi. En 1993 le concedieron el Premio Nobel Alternativo. Es una de las voces más críticas contra la globalización y contra los alimentos manipulados genéticamente.
Para Vandana, “el ecofeminismo es poner la vida en el centro de la organización social, política y económica. Las mujeres ya lo hacen porque se les ha dejado la tarea del cuidado y del mantenimiento de la vida”.“El ecofeminismo, como su nombre indica, es la convergencia de la ecología y del feminismo”, explica didácticamente Vandana Shiva, la cual saltó a la fama en los años setenta al impedir la tala indiscriminada de bosques de su país abrazándose a los árboles al igual que miles de mujeres, creando el movimiento chipko.
Poseedora de una gran fuerza vital e intelectual, Vandana explica la importancia de la ecología y el feminismo para garantizar la supervivencia y la igualdad entre hombres y mujeres que forman parte de una misma especie. Esta optimista mujer fue capaz de movilizar a cinco millones de campesinos de India contra la Unión General de Tarifas de Comercio y de ponerse a la cabeza de la gran movilización contra la globalización en la cumbre celebrada por la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Seattle a finales de 1999.
“Pienso que la acción y la reflexión deben ir unidas. No hay una ideología perfecta, es simplemente una política de responsabilidad. La diversidad no es el problema, es la solución para las crisis políticas de la intolerancia, las crisis ecológicas de la no sostenibilidad y las económicas de la exclusión y de la injusticia”, sigue afirmando con una gran convicción.
Vandana cree que el capitalismo ha sido presentado como un modo de crecimiento “pero es en realidad un modo de pobreza y de algún modo la globalización es el clímax final del capitalismo”, reflexiona Vandana en voz alta.
Gran comunicadora, siempre sonriente, afirma que ella viene de una región del norte de la India, a los pies del Himalaya en donde hay muchas cosas para las que no necesitan dinero, sólo amor mutuo. “Por lo tanto, las relaciones son la alternativa al capital. Crear relaciones es la alternativa a la pobreza que causa el capital”, concluye.
Autora de numerosos libros, es muy crítica con la consideración de su país como potencia emergente: “El modelo económico de la India es una catástrofe porque solo funciona para un puñado de personas mientras que son millones las que comen menos y tienen menos agua”. Y, frente a la admiración por el crecimiento de la economía india, que el año pasado fue de un 9%, denuncia: “Lo que muchos consideran un milagro económico es un desastre, sobre todo porque ha dado la espalda a la naturaleza, a sus procesos ecológicos y a los ecosistemas vitales”.
Detrás de un colorido sari al que dice que no piensa renunciar nunca, ya que para ella es un signo de identidad y “bastante más favorecedor que unos vaqueros”, Vandana Shiva es un huracán que sacude conciencias por donde pasa. Es capaz de plantarle cara a las grandes corporaciones internacionales, a las que acusa de criminalizar la agricultura, apropiarse de los recursos básicos y expoliar la tierra.
Mujer vital, valiente, incansable en sus denuncias, es una firme defensora de la agricultura orgánica como la verdadera solución al cambio climático y cree en la necesidad urgente de reforestar el planeta.
Se indigna al hablar de los millones de personas que comen menos y que tienen menos agua para beber, “muchas comunidades se ven obligadas a abandonar sus tierras para que otra fábrica pueda instalarse y miles de granjeros luchan a las afueras de Nueva Delhi contra los proyectos de convertir su tierra de cultivo en zonas urbanas”, matiza.
Vandana denuncia que la economía no tiene en cuenta las cifras clave, “como el número de niños que sufren desnutrición o los kilómetros que tiene que andar una mujer para conseguir agua”. Se siente muy identificada con el líder Mahatma Gandhi cuando afirmaba que los recursos naturales deben ser de dominio público, por lo que el agua no puede ser privatizada ni la tierra monopolizada.
Esta filósofa reconocida mundialmente opina que “la igualdad puede significar dos tipos de cosas, por un lado el parecerse, ser similares, o puede significar diversidad sin discriminación. Yo creo en esta última definición. Quiero tener la posibilidad de ser hindú, no quiero convertirme en una europea. Yo quiero ser y quiero espacio para ser hindú. Yo quiero ser mujer, no quiero convertirme en un hombre, no quiero poder ser violento, como mi segunda naturaleza, no quiero ser irresponsable, no quiero asumir que otra persona tenga que arreglar el desorden que dejo tras de mí, yo tengo que arreglar el desorden que creo”. Por lo tanto, resume con firmeza, “yo quiero la libertad para ser diferente, pero no quiero ser castigada por serlo. Eso es para mí la igualdad”.
Lúcida, revolucionaria, enérgica y carismática, es consciente de las críticas y rechazo que despiertan sus opiniones. Afirma que “el patriarcado capitalista dominante es una ideología basada en el miedo y la inseguridad. Miedo a todo lo que está vivo, ya que cualquier libertad autónoma es amenazante para ellos”. Por eso defiende a capa y espada su ecofeminismo, “que es la filosofía de la seguridad, de la paz, de la confianza”.
Pero quizás uno de sus posicionamientos más duros sea contra el Banco Mundial porque forzó al Gobierno de India a reducir los subsidios que hacían que funcionara la distribución de alimentos. “Ellos lo llamaban subsidios, pero en realidad eran apoyos. Hay que gastar dinero para mantener los derechos fundamentales de nuestra gente. Y el Banco Mundial dijo: ‘No se puede gastar este dinero para alimentar a la gente’. Y así empezó la crisis alimentaria”.
Como consecuencia de esa política, “la gente dejó de comprar comida y empezó a morir de hambre. 50 millones de personas están a punto de morir de hambre mientras 60 millones de toneladas de alimentos se pudren en los graneros. Pero esos 60 millones de toneladas no son excedentes, yo les llamo pseudoexcedentes y ahora están siendo exportados al mercado mundial anunciando que India tiene tanto alimento que lo puede exportar. Pero lo que no dicen es que nosotros tenemos tanto alimento porque la gente se está muriendo de hambre”, remata con indignación.
Asegura que los hindúes ven lo que está pasando y protestan mucho pero sigue soñando con una biodiversidad libre, que pertenezca a los campesinos, donde el agua sea accesible al igual que la comida. “El sistema es muy sencillo de crear”, opina optimista Vandana, “pero está siendo impedido por las políticas que nos gobiernan a nivel internacional y éste es el motivo por el que cada día de mi vida insisto en que tenemos que dejar de cooperar con esas políticas”.
Recuerda con rostro nostálgico a Gandhi cuando caminó hasta la playa para buscar sal mientras los británicos decían que ellos eran los únicos que podían hacer sal, “para así tener más dinero para financiar mayores ejércitos para dispararnos”, concluye con una sonrisa irónica.