La región se convirtió, con la degeneración de la sociedad burguesa, en banco de pruebas y prototipo de cruentos experimentos de reestructuración capitalista
Marx decía que para analizar rigurosamenteel capitalismo era preciso estudiarlo allí donde se presentaba en su más prístina expresión. Si a mediados del siglo XIX este lugar era la Inglaterra victoriana, hacia finales del siglo XX, y habida cuenta del proceso de creciente barbarización del capitalismo, este lugar es precisamente la América Latina. Ante la imposibilidad estructural de resolver sus propias contradicciones y la frustración resultante del primer ciclo de las revoluciones socialistas abierto en octubre de 1917 en Rusia, el capitalismo comenzó a deslizarse por una pendiente civilizatoria sin retorno en la cual los horrores del ayer asumen ribetes monstruosos al día siguiente. La carnicería de la Primera Guerra Mundial se transformó en una anécdota marginal cuando la vanguardia del capitalismo internacional y del llamado “mundo libre” decidió arrojar dos bombas atómicas sobre sendas ciudades japonesas indefensas. Las batallas del Marne y de Stalingrado empalidecen ante las atrocidades de todo tipo cometidas en Vietnam, de la misma manera que los viejos déspotas de la derecha se transforman en inofensivos cascarrabias cuando se los compara con Hitler, Mussolini, Franco y toda la galería de tiranos que las “fuerzas del mercado” impusieron a sangre y fuego en América Latina en la segunda mitad del siglo XX.
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