x Alberto Cruz
Tras la decisión de Obama de reorientar la estrategia política y militar estadounidense de Oriente Medio a Asia, los chinos han vuelto a certificar que no lo permnitirán
La muerte de Kim Jong-il ha vuelto a provocar un aluvión de “informaciones” sobre la situación de Corea del Norte y su supuesto colapso ante un difícil proceso sucesorio. No es nada nuevo. Desde la desaparición de la Unión Soviética y la caída de los países del “socialismo real” de la Europa del Este decenas de supuestos estudiosos, académicos e institutos de investigación, han venido vaticinando el fin de la República Popular Democrática de Corea (RPDC), nombre oficial del país. Todo el mundo, casi sin excepciones, hace predicciones sobre las luchas de poder dentro de la élite gobernante y el colapso de lo que se denomina “último estado estalinista del mundo”.
Todas estas informaciones no hacen otra cosa que ocultar una absoluta ignorancia sobre la realidad de un país casi hermético, sí, pero al mismo tiempo orgulloso como pocos –tal vez únicamente comparable con Cuba- de su soberanía nacional e independencia. Es a lo que ahora comienzan a referirse, de forma tímida, esos analistas como la “idea Juche”. Cuando estos analistas establecen comparaciones con gobiernos o situaciones en otras partes del mundo lo hacen bajo parámetros que no se pueden aplicar directamente a Corea del Norte puesto que su razón de ser como país es radicalmente diferente.
Por lo tanto, a la hora de abordar como hipótesis de futuro la sucesión de Kim Jong-il los analistas occidentales deberían darse cuenta que no es esto lo que importa –más secundario de lo que parece-, sino la soberanía nacional. Y dentro de la “idea Juche” que impregna el sistema de gobierno de Corea del Norte y a la propia sociedad una cosa va ligada a la otra, aunque en este orden y no en el inverso. Es decir, que para mantener la soberanía nacional hay que mantener el mismo sistema de liderazgo que en el pasado. De ahí que en esa “dinastía comunista” se haya designado a Kim Jong-un, hijo menor del recientemente fallecido, como el nuevo dirigente.
Cuando en 1994 murió Kim Il-sung, padre de Kim Jong-il, se dijo exactamente lo mismo que ahora: “su sucesor carece de carisma y liderazgo”. Entonces Corea del Norte estaba en una situación mucho más difícil que en estos momentos por la caída de la URSS y el surgimiento de un mundo unipolar hegemonizado por EEUU, lo cual provocó un notable terremoto para el país a nivel interno y externo. Por una parte, supuso un corte brusco de los suministros que desembocó en una hambruna reconocida al sumársele una importante sequía y de la que aún se están viviendo algunas secuelas, mientras arreciaba la presión estadounidense; por otra, obligó a la élite gobernante a renunciar a la doctrina de una sola Corea. Fue entonces cuando se volcó hacia China, que ya era su principal socio y sostén. Desde entonces, Corea del Norte es casi tan imprescindible para China como al revés, aunque parezca una paradoja.
La “idea Juche”
La RPDC nació a partir de lo que quedaba de un país económicamente explotado por la ocupación japonesa y la Unión Soviética. A pesar que Corea del Norte y la URSS mantuvieron unas relaciones normales, que no especiales como en el caso de China, los norcoreanos nunca olvidarán los excesos cometidos por el Ejército Rojo en su territorio en el período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial y aunque eso se está diluyendo en la historiografía oficial norcoreana ha habido momentos en los que se ha calificado a los soviéticos no como libertadores sino como explotadores y haberse comportado como ocupantes. Esto es lo que explica que Corea del Norte nunca formase parte del COMECON, el mercado común de los países socialistas (del que sí formó parte Cuba). No sólo era un recordatorio de la historia, sino un acicate para la “idea Juche”: la soberanía nacional en todos los aspectos, incluyendo el económico.
“Juche” viene siendo traducido como “autosuficiencia” y en parte es así. Pero si los analistas occidentales se hubiesen tomado la molestia de leer las fuentes originales llegarían a una conclusión mayor y más inquietante para Occidente. La “idea Juche” es algo más, es “dar a las masas la propiedad única de la revolución y construcción del país”. Como dijo Kim Il-sung en 1975, el Partido de los Trabajadores de Corea adoptó la “idea Juche” para “resolver los problemas de la revolución y la construcción del socialismo con independencia, según las condiciones propias de nuestro país, con nuestro propios enfoques; y nosotros, todo el pueblo, formaremos una piña alrededor del espíritu de una autoafirmación que nos llama a crear una revolución y construcción del socialismo y el comunismo en nuestro país, con nuestros enfoques y los recursos de nuestro país, separándonos de la idea de depender de otros”. Es decir, soberanía en todos los aspectos: políticos, económicos y militares.
Corea del Norte no se opone a la cooperación económica con ningún país, pero es un estado especialmente celoso en lo que se refiere a las prácticas abusivas, económicas y políticas, de los estados extranjeros con quienes tiene relaciones. Esta fue la razón principal por la que no entró en el COMECON y por la que sus relaciones con China son excelentes. China no interfiere en la política de Corea del Norte, ni siquiera cuando se producen episodios como las pruebas nucleares o los más recientes enfrentamientos militares con Corea del Sur. Todo lo contrario, apoyó y reforzó la cooperación en todos los aspectos con los norcoreanos (1), irritando con ello a un Occidente que pensaba que los chinos “meterían en cintura” a los norcoreanos.
Se podría afirmar que esta apreciación sobre la “idea Juche” no es correcta porque es evidente que hay un nuevo enfoque socioeconómico en el país que lleva a un progresivo alejamiento de la autosuficiencia, de la autarquía. Pero no se debe confundir esto como un signo evidente del abandono de los principios en que se sustenta el Estado. Por ejemplo, una visita a Pyongyang muestra una cierta transición hacia la comercialización privada a pequeña escala. Es un proceso que se puede equiparar con el de Cuba con la apertura hacia el pequeño comercio, el “cuentapropismo”. Es la consecuencia de la crisis alimentaria que vivió de forma dramática el país hace 20 años, provocando una importante hambruna y que se debe achacar tanto a las circunstancias sociopolíticas derivadas de la caída de la URSS como a la propia gestión gobernante.
Pero esa situación fue comenzando a remontar a partir de 2004 llegando a su cenit a comienzos de 2010 cuando el gobierno impulsó una serie de medidas económicas que han permitido un importante –para ellos- resurgimiento como consecuencia de esas medidas: reevaluación de la moneda, apertura de comercios y venta prácticamente libre por parte de estos comercios de productos importados de China. Unos enviados especiales de Ria Novosti, que visitaron el país a finales de octubre lo ponían así de manifiesto con una cierta sorpresa: “aunque son un poco tristes, las tiendas de Pyongyang están lejos de estar vacías. Cada edificio tiene algún tipo de taller en la planta principal y tiendas de alimentación se pueden encontrar dentro de uno o dos edificios de cualquier tipo. Aunque las tiendas son de estilo soviético, hay una amplia gama de productos. La gente aparece excepcionalmente bien vestida, no hay escasez de topa y las tiendas de telas se abren todos los días” (2).
Por lo tanto, hay que ser muy cautelosos a la hora de aceptar como una verdad absoluta lo que los analistas occidentales dicen de Corea del Norte. Si hay alguna certeza respecto a este país es que cualquier cosa que se diga desde Occidente, y más si va arropada de una predicción sobre el futuro inmediato, tiene muy pocas posibilidades no sólo de ser real, sino de cumplirse. Y no es en Occidente donde hay que informarse sobre Corea del Norte, sino en China.
Por lo general, se obvian cuestiones importantes como hacia dónde van las exportaciones, las importaciones y el total del comercio exterior norcoreano. Y en todos esos datos aparece un actor principal, por no decir exclusivo: China. De este país provienen el 50% de las importaciones y hacia él van el 27% de las exportaciones (el primer lugar lo ocupa Corea del Sur con el 34%). En total, el 41% del comercio exterior de Corea del Norte se realiza con China, según datos de un centro estadounidense en 2009 (3). Pero si se recurre a medios más cercanos, como The Asia Times, se puede encontrar que la cifra se eleva al 83% (4). Sea como fuere, lo que estas cifras ponen de manifiesto es la cada vez mayor importancia que China da a Corea del Norte y el interés del gigante asiático en promover la estabilidad en el país –con el importante aspecto de mantener tranquila a la importante minoría coreana que hay en China, en las provincias orientales de Heilongjiang, Jilin y Liaoning- y en fortalecer el sistema de gobierno norcoreano en unos momentos en los que EEUU establece una política de alianzas con Japón, India, Vietnam y Filipinas –además de las ya tradicionales de Corea del Sur y Taiwan- que se parece mucho a un cerco que impida o retarde el imparable ascenso chino hasta convertirse en la superpotencia mundial.
Todos y cada uno de los movimientos chinos respecto a la RPDC van en esta dirección. Occidente sabe que entre los dos países hay una relación estratégica que no hace más que profundizarse porque Corea del Norte es imprescindible para la geopolítica china. Así hay que interpretar la decisión China de sacar del marasmo económico a su vecino y la apuesta clara por la estabilidad y la “sucesión tranquila” tras la muerte de Kim Jong-il. Corea del Norte es un país que está recorriendo rápidamente el camino hacia el mejoramiento de la situación económica. Si ya en 2010 Corea del Norte abrió dos zonas francas a los productos y empresas chinas en Kaesong y Sinuiji, ahora está preparando para el 2012 en la ciudad de Kimchuck una feria comercial con la finalidad de “promover la comunicación, cooperación económica y comercial con China y los países de Asia del Nordeste” (5). Nunca en la historia se ha producido un hecho semejante y pone de manifiesto no sólo que la sucesión a Kim Jong-il será tranquila, sino que se centrará en el desarrollo del país y en la mejora de la vida diaria. Este es el gran reto del sucesor Kim Jong-un.
Por esta razón, son ahora cada vez más los occidentales que instan a China a que presione a la RPDC para que adopte una política similar a la de los chinos en el ámbito económico –es decir, manteniendo el poder del Partido de los Trabajadores- y no son pocos los que se atreven a calificar a Kim Jong-un como el posible Deng Xiaoping norcoreano.
El “principio Shogun”
Craso error. A la “idea Juche” se le aplica desde hace unos años el “principio Shogun”, surgido en los momentos más duros en el ámbito económico (la hambruna) y que significa que todo movimiento de recuperación pasa por el Ejército. El “principio Shogun” vendría a traducirse como “el Ejército lo primero”.
El Ejército norcoreano es poco cuestionado a nivel interno y con el “principio Shogun” se ha convertido en el principal órgano del Estado y es considerado como el guía espiritual del pueblo, el modelo de comportamiento a seguir. Si bien Deng Xiaoping era militar, no lo han sido sus sucesores en la presidencia del Partido Comunista Chino. En China se ha producido un proceso de “desmilitarización” del Partido, en Corea del Norte el proceso es justo el contrario. Fue Kim Jong-il quien aplicó el “principio Shogun” en unos momentos dramáticos y quien invirtió los términos. Hay una militarización evidente dentro del Partido de los Trabajadores de Corea. Muchos miembros de la Comisión de Defensa Nacional son miembros del comité central del PTC, por lo que aunque haya un sucesor nominal, integrante de la familia Kim, lo que hay en realidad en Corea del Norte es una dirección colegiada. Para los servicios secretos surcoreanos es un “comité asesor, presidido por la comisión militar del PTC quien se encargará de los asuntos clave hasta que el hijo del fallecido Kim Jong-il pase a dirigir el país formalmente” (6).
Dirección colegiada o comité asesor, la realidad es que sin los militares no se hace nada en Corea del Norte. Esa es la esencia del “principio Shogun”. Las Fuerzas Armadas son el elemento central del sistema norcoreano y aunque cuenta con material antiguo proporcionado por Rusia y China, han sido capaces de dotar a ese armamento del suficiente poder disuasorio como para ser tenido en cuenta y temido. Por ejemplo, ha podido modernizar con tecnología propia ese armamento y fabricar uno propio. Es el caso del sistema de artillería, misiles incluidos, y vehículos blindados.
Por no hablar de la cuestión nuclear. Corea del Norte se proclamó potencia nuclear en 2005, realizó su primera prueba en 2006 y la segunda en 2009. Los rusos dicen que cuenta con capacidad de construir, o tiene ya, entre 6 y 8 bombas atómicas. Un poder disuasorio que cobra mayor importancia tras la agresión a Libia, de la que los norcoreanos tomaron buena nota: “Ha quedado al descubierto que el desmantelamiento nuclear de Libia, tan pregonado por los EEUU como garantía de seguridad y mejora de las relaciones, resultó ser un modo de agresión puesto que con palabras dulces se desarmó al país para luego ser tragado por la fuerza” (6).
Esto hace, desde luego, ineficaces desde el punto de vista de la presión las sanciones que EEUU impone desde la ONU. Para los chinos son, simplemente, contraproducentes y apuestan por aceptar aunque sólo sea de facto a Corea del Norte como país nuclear. Exactamente al mismo nivel que a Israel. Para los norcoreanos, en el peor de los casos ser una potencia nuclear le supondría una carta importantísima a la hora de conseguir ayuda energética, alimentaria y económica como ha hecho en otras ocasiones, sobre todo en 2006 tras la primera prueba atómica, para paliar los efectos de unas devastadoras inundaciones. Para darse una idea más o menos cabal del futuro de Corea del Norte habrá que esperar a febrero de 2012. Este mes era clave (habría sido el 70 aniversario de Kim Jong-il) y se celebrará además en ese año el 100 aniversario de Kim Il-sung. Pero en el exterior, 2012 también es un año clave: elecciones presidenciales en EEUU, en Corea del Sur y el comienzo del proceso sucesorio en China, con la celebración de una reunión crucial del PCCh. Por lo tanto, no son previsibles grandes movimientos respecto a Corea del Norte ni en el interior del país ni fuera.
China sale reforzada
La muerte de Kim Jong-il y la asunción de su hijo Kim Jong-un al poder nominal –recuérdese lo de la dirección colectiva o “comité asesor”- no supone ni trauma ni cambio alguno en el proceso que se viene desarrollando en Corea del Norte. Aquí el fiel de la balanza es China, cada vez más molesta y furiosa por las claras medidas que EEUU viene poniendo en marcha para intentar contener a los chinos. De ahí que ya en noviembre los dos ejércitos, el chino y el norcoreano, anunciasen un “reforzamiento de sus vínculos estratégicos” (8), una clara señal a EEUU sobre el precio que habrá de pagar por las acciones hostiles que viene desarrollando en Asia y el mar Meridional de China. Otra señal, por si no hubiese quedado clara la primera, es que en un gesto inusual el presidente chino, Hu Jintao, visitó personalmente la embajada de la RPDC en Beijing para expresar sus condolencias al país por la muerte de Kim Jong-il. La “sucesión tranquila” es la apuesta de Beijing y, por lo tanto, la continuidad del actual sistema para desesperación tanto de Occidente como de Corea del Sur.
Además, el ministro de Asuntos Exteriores chino, Yang Jiechi, se puso en contacto telefónico con su colega ruso, Sergei Lavrov, el mismo día de la muerte de Jong-il con la finalidad de “mantener una estrecha comunicación y coordinación [entre los dos países] para conservar la paz y la estabilidad en la Península Coreana” (9). Es decir, la reciente alianza geopolítica entre los dos países (10) comienza a funcionar. Como ya se ha dicho, Corea del Norte es vital para China y al revés. Tras la decisión de Obama de reorientar la estrategia política y militar estadounidense de Oriente Medio a Asia (“vamos a asignar los recursos necesarios para mantener nuestra fuerte presencia militar en la región”), con la apertura de una base militar en Australia y la realización del “primer diálogo estratégico entre EEUU, Japón e India” (11) los chinos han vuelto a certificar que sólo un puñetazio encima de la mesa por su parte puede frenar toda esta estrategia. Estamos asistiendo, claramente, al resurgimiento de una nueva guerra fría, en esta ocasión entre EEUU y China aunque en esta ocasión los estadounidenses no son tan fuertes y están iniciando de forma clara su declive como superpotencia.
Por eso, los chinos han dado pasos como el apoyo a Corea del Norte –con lo que se anula a Japón con la permanente amenaza de los misiles norcoreanos- o la apertura de su primera base militar en el extranjero, en las islas Seychelles (12). Junto al acuerdo ya alcanzado con Sri Lanka para utilizar por su marina de guerra el puerto de Hambantuta, uno de los más grandes de esa zona del mundo, con el acuerdo alcanzado con las Seychelles se asegura la protección de las rutas marítimas desde África, uno de los lugares donde ve directamente amenazados sus intereses después de la agresión a Libia.
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