Ernesto Espeche
Las elecciones presidenciales en la República Bolivariana de Venezuela tienen una enorme relevancia para el proyecto de integración regional en curso. La opción es extensible al conjunto escenario latinoamericano: transformación popular emancipatoria o restauración elitista conservadora.
La Agencia Periodística de Argentina y América del Sur (APAS) prepara una serie de despachos especiales para dar cobertura al proceso eleccionario que tendrá lugar este domingo en la República Bolivariana de Venezuela. Así, proponemos un seguimiento diario sobre el clima previo, las perspectivas en pugna, el impacto regional y las posibles consecuencias de sus resultados.
Si pensamos a la región como una totalidad, aquella que emana del viejo proyecto de la Patria Grande, nada de lo que ocurre en el plano doméstico de un país puede analizarse al margen de la compleja realidad colectiva y viceversa.
Nuestros países operan en conjunto en un mismo escenario. En la última década se abrió para todos los habitantes de Nuestra América una etapa signada por la crisis del proyecto rentístico financiero y la emergencia del campo popular a espacios de poder. Ese recorrido, diverso y contradictorio, se expresa hoy en el diseño de un proyecto popular emancipatorio que ubica a las históricas clases dominantes en una cruzada restauracionista.
El liderazgo popular de muchos de los mandatarios de esta parte del planeta se alimenta de una fuerte participación ciudadana y una original construcción de poder. Estamos, sin caer en miradas grandilocuentes, en la dura puja por reinventar la democracia, refundar el relato histórico y sepultar el modelo civilizatorio afirmado por décadas por una selecta minoría.
Al mismo tiempo, la elección del próximo domingo tiene rasgos particulares. Hugo Chávez, y la Revolución Bolivariana que conduce, están en el núcleo de la totalidad que contiene al proceso de integración en la actual etapa. La experiencia venezolana funciona como testigo de los cambios operados en la región: sus firmes definiciones ideológicas, el carisma de su líder y la intensidad de sus medidas marcan el pulso del cambio de época.
El llamado “Socialismo del Siglo XXI” está en el epicentro del proyecto popular a escala regional. Eso explica que las derechas se posicionen en cada país en referencia a las relaciones de los presidentes con Venezuela. Y no se equivocan: los gobiernos de Lula Da Silva, Dilma Rousseff, Fernando Lugo, Rafael Correa; José “Pepe” Mujica, Néstor Kirchner, Cristina Fernández o Evo Morales mantuvieron o mantienen espacios de acuerdo estratégico entre sí y con Venezuela. Juntos avanzan hacia un modelo que está en las antípodas de los intereses estadounidenses en la región y cobra cada día mayor fortaleza.
Eso explica, también, que en Venezuela se organizara en 2002 el primer intento golpista de nuevo tipo y se abroquelara la vetusta oposición política alrededor del eje articulador de las corporaciones mediáticas. La fórmula, aunque ciertamente limitada, se repitió casi siempre sin éxito en los países vecinos.
Allí también se consolidó una ecuación de hierro: la organización popular –la recuperación de la política como herramienta de cambio- es el mejor antídoto contra los efectos nocivos de la burbuja mediática. Por eso, ni más ni menos, Chávez se sometió a 14 procesos eleccionarios sin perder sustento social.
Por eso, además, Henrique Capriles expresa el burdo ensayo de la derecha de construir referencias cuyos discursos no expliciten de modo salvaje una torpe vocación antidemocrática. Se trata de un cambio de táctica que, sin embargo, no alcanza para revertir la debacle opositora. Por los motivos expuestos en el párrafo anterior, todos los sondeos vuelven a ubicar al Presidente como el candidato favorito, falta conocer el margen de ventaja final.
En todo caso, el experimento “Capriles” puede tener algún éxito si, luego de su exportación, logra capitalizar un hipotético agotamiento del dinamismo transformador que sostiene a los mandatarios que adscriben a la tradición popular sudamericana. La restauración conservadora pendula sin brújula entre la factoría de una esperanza blanca que socave la legitimidad democrática de los procesos políticos en curso y los groseros intentos destituyentes anticonstitucionales.
Por eso, finalmente, el domingo votamos todos.
- Ernesto Espeche desde la Redacción de APAS Mendoza
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Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
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