Desde el pasado mes de diciembre Nigeria viene asistiendo a una sucesión de conflictos que están poniendo al gigante africano al borde de un peligroso precipicio. La violencia protagonizada por el grupo islamista Boko Haram, un nuevo desastre ecológico provocado por las multinacionales extranjeras en la costa este, y la brutal represión del estado a la reciente huelga general convocada por sindicatos y otras organizaciones sociales del país, vuelven a situar a Nigeria en una difícil situación, donde los peligros de enfrentamientos interétnicos, religiosos o de otra índole se extienden por doquier cada día que pasa.
Nigeria muestra una compleja y en cierta medida antagónica realidad. Mientras que su riqueza petrolera y en otros recursos naturales le sitúa entre los países más ricos, cerca del setenta por ciento de su población tiene que vivir con "menos de dos dólares al día", y con un estado incapaz de "satisfacer las necesidades elementales de la mayor parte de su población". La desigual distribución de la riqueza, la corrupción, las crisis políticas y sociales y el proceso neoliberalizador de los distintos gobiernos han conducido, entre otros factores, a Nigeria a esa triste realidad, que le convierte en "uno de los más pobres del mundo y con la mayor población pobre de África".
Los atentados que han empañado de sangre las pasadas navidades son una muestra más de que el grupo armado Boko Haram tiene cada vez una mayor capacidad operativa y una mayor sofisticación, al tiempo que demuestra que puede atacar cuando y donde quiere. Tras el anunciado desmantelamiento por parte del gobierno uno años antes, cuando detuvo a cientos de supuestos militantes y acabó con la vida de su máximo dirigente Mohammed Yusuf, esta formación islamista ha venido dando muestras de su recuperación.
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