x Seumas Milne
La guerra contra Irán ya ha empezado. Es necesario reaccionar antes que sea una amenaza para todo el mundo
Traducido del francés por Boltxe kolektiboa
No se bajan del burro. Después de diez años de fracasos sangrientos en Afganistńa y en Irak, de una desestabilización violenta de Pakistán y del Yemen, de una devastación del Líbano y de masacres en Libia, podríamos esperar que Estados Unidos y sus amigos estarían hartos de invasiones y de intervenciones en el mundo musulmán.
Parece que no. Desde hace meses, es más que evidente que una guerra furtiva estadounidense-israelí contra Irán ha empezado ya, apoyadada por Gran Bretaña y Francia. Un apoyo clandestino a los grupos armados de la oposición se ha convertido en una campaña de asesinatos de científicos iraníes, en cyber-guerra, en ataques a las instalaciones militares y asesinato de un general iraní, entre otros.
Los ataques no son francamente admitidos, sino acompañados de movimientos de cabeza y de guiños de los servicios de información, mientras que los medios de comunicación están llenos de fábulas hostiles -la más extravagante hasta ahora es la de un digamos complot iraní para matar al embajador saudí en Estados Unidos- y las potencias occidentales se apresuran a insistir en tomar más anciones contra el programa nuclear de Irán.
La decisión del gobierno británico de tomar la iniciativa de imponer sanciones a todos los bancos iraníes y de presionar en favor de un boicot europeo al petróleo iraní ha desencadenado, la semana pasada, que manifestantes saquearansu embajada en Teherán, y la expulsión ulterior de diplomáticos iraníes de Londres.
Es una idea de cómo el conflicto puede intensificarse répidamente, como ocurrió el fin de semana pasada cuando un drone de Estados Unidos que sobrevolaba territorio iraní fue capturado.
Es lo que un responsable iraní ha llamado un «nuevo tipo de guerra» puede transformarse en otro, mucho más pasado de moda, que podría amenazarnos a todos.
El mes pasado, funcionarios del ministerio de Defensa británico dijeron al Guardian que si Estados Unidos presentaban planes de ataque contra Irán (como pensaban que podía ser probable), «buscarían y recibirían ayuda militar británica», incluso un apoyo marítimo y aéreo, así como el permiso de utilizar la colonia británica insular, Diego Garcia, limpiada étnicamente.
Que la motiviación de los funcionarios haya sido la de tranquilizar a la opinión pública sobre una guerra o la de alertarla contra ella, la realidad es que fue una confesión extraordinaria: las fuerzas militares británicas esperan participar plenamente en un ataque no provocado de Estados Unidos contra Irán -exactamente como ya lo hizo contra Irak hace ocho años.
Lo que fue rechazado por el ministro de Asuntos Exteriore Jack Straw como «impensable» y que se ha convertido para David Cameron en una opción «que no puede ser deshechada», se presenta ahora como un hecho consumado si Estados Unidos deciden lanzar una guerra que, nadie duda, tendrá consecuencias desastrosas. No ha habido ningún debate en el Parlamento ni ninguna protesta política a lo que el sucesor de Straw, David Miliband, ha llamado esta semana el peligro de «comprometerse con los ojos cerrados en una guerra contra Irán». Y además choca mucho más si se tiene en cuenta que todo este asunto contra Irán es algo espectacularmente inconsciente.
No hay ninguna prueba fiable de que Irán se haya comprometido en un programa de armamento nuclear. El último informe de la Agencia Internacional de la Energía Atómica no ha conseguido, una vez más, encontrar pruebas tangibles, a pesar de los grandes esfuerzos de su nuevo direcxtor general, Yukya Amamo -descrito en un mensaje de WikiLeaks como alguien «resueltamente a favor de Estados Unidos en cualquier decisión estratégica».
Como en los preparativos de la invasión de Irak, las alegaciones más fuertes están fundadas en «informaciones secretas» de los gobiernos occidentales. Pero incluso el director del servicio de información nacional americano, James Clapper, ha admitido que las pruebas sugieren que Irán suspendió el programam de armamento nuclear en 2003 y no lo ha reactivado.
Toda la campaña es digna de Alicia en el País de las Maravillas. Irán, que dice que no quiere armas nucleares, se encuentra rodeada de Estados nuclearizados: Estados Unidos -que tienen también fuerzas en Afganistán y en Irak (países vecinos de Irán)-, Israel, Rusia, Pakistán y la India.
Irán es un Estado autoritario, pero no tan represivo como algunos aliados occidentales, por ejemplo Arabia Saudita. Irán no ha invadido ningún país desde hace 200 años. Pero fue invadido por Irak, con el apoyo occidental en los años 1980, mientras que Estados Unidos e Israel han atacado diez países o territorios a lo largo de los últimos diez años. Gran Bretaña ha explotado, ocupado y derribado gobiernos en Irán desde hace más de un siglo. Entonces, ¿quién amenaza a quién?
Como ha dicho recientemente el ministro de Defensa de Israel, Ehud Barak, si él fuera un dirigente iraní, querría «probablemente» armas nucleares. Alegaciones según las cuales Irán representa una «amenaza existencial» para Israel porque el Presidente Ahmadinejad ha dicho que el Estado «debe desaparecer de la página del tiempo» no tiene ninguna relación con la realidad. Incluso si Irán pudiera pasar el umbral nuclear, como algunos sospechan que es realmente su ambición, no estaría en situación de atacar un Estado que tiene más de 300 ogives nucleares, y que está apoyado, incondicionalmente, por la fuerza milita de la más importante potencia mundial.
El verdadero reto de Irán a Estados Unidos e Israel es su potencia regional independiente, aliada de Siria y del movimiento libanés Hezbollah y del palestino Hamas. Mientras que las tropas americanas se retiran de Irak, que Arabia Saudita atiza el sectarismo y que los lideres de la oposición siria prometen una ruptura con Hezbollah y Hamas, la amenaza de guerras por procuración aumenta en la región.
Una ataque americano o israelí transformaría este torbellino regional en una tempestad mundial. Irán respondería ciertamente, directamente y a través de sus aliados, contra Isreal, Estados Unidos y sus Estados clientes del Golfo, y bloquearía el 20% del abastecimiento mundial de petróleo que transitan por el Canal de Hormuz. Más allá de la muerte y de la destrucción, el impacto económico mundial sería inclaculable.
Todas las razones y el buen sentido van contra tal acto de agresión. Meir Dagan, antiguo jefe del Mossad israelí, dijo la semana pasada que sería una «catástrofe». Leon Panetta, el secretario de Defensa de Estados Unidos, ha advertido que un ataque de ese tipo podría «consumir el Oriente Medio en confrontaciones y conflictos que podríamos lamentar».
Parece dudoso que la administradión estadounidense sea muy prudente en relación a un ataque directo a Irán. Pero en Israel, Barak ha dicho que quedaba menos de un año para actuar, Bejamin Netanyahu, el Primer ministro, ha hablado de tomar «la buena decisión en el buen momento»; y las perspectivas de que Estados Unidos se precipiten detrás de un ataque israelí ha sido ampliamente debatido en los medios de comunicación.
Puede que todo esto no se produzca. Puede que el discurso guerrero esté utilizado más para desestabilizar que para realizar un ataque a gran escala. Pero no hay ninguna duda que algunos, en Estados Unidos, en Israel y en Gran Bretaña, piensan lo contrario. Y la amenaza de un error de cálculo y la lógica de la escalada pueden hacer que la balanza se incline de manera decisiva. Si la oposición a un ataque contra Irán no se refuerza, podría llegar a ser la guerra de Oriente Medio más devastadora que todas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario