x Gerardo Peláez Ramos
Para el imperialismo norteamericano, no son buenas noticias. En cambio, para los pueblos de la Patria Grande es un paso real más hacia la verdadera unidad
Desde el siglo XIX los países latinoamericanos, por conducto de sus mejores representantes políticos, pugnaron por la unidad regional, pero los intereses de las oligarquías, el ascendente Estado norteamericano y las potencias europeas impidieron que tal objetivo se materializara, y ocurrió algo completamente contrario al interés de los pueblos y Estados de la región: la balcanización, con lo que se abrieron las puertas de par en par a la intervención descarada del mayor enemigo de la independencia, la democracia y el desarrollo de América Latina y el Caribe: Estados Unidos. En tales condiciones, permanecieron y se fortalecieron las bases del atraso de nuestras sociedades, con el beneplácito de los imperialistas de la Unión Americana.
El país de los gringos despojó a México de más de 2 millones de kilómetros cuadrados; colonizó Puerto Rico; prohijó una semicolonia o República mediatizada en Cuba; organizó bandas de filibusteros que intentaron nuevos robos de territorios en México, Nicaragua, Honduras y otros países; realizó intervenciones militares en México, Cuba, Nicaragua, Haití, República Dominicana, Panamá y Granada, y apoyó, estimuló y estableció, con el apoyo de la reacción interna, brutales dictaduras en Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú, Guatemala, Nicaragua y otros países, además de plantear siempre su decisión de hacer en el continente lo que le viniera en gana. EU, pues, no ha respetado ni respeta a los pueblos y Estados de América Latina y el Caribe.
Para impulsar su política saqueadora e intervencionista, el Estado gabacho creó, con apoyo de gobiernos dependientes y entreguistas, la Organización de Estados Americanos, su ministerio de colonias, bajo los principios de la Doctrina Monroe y el llamado Destino Manifiesto. La OEA apoyó en todas las ocasiones las políticas antilatinoamericanas de la superpotencia al norte del río Bravo, mientras ésta se colocó de lado de Gran Bretaña en la guerra de las Malvinas. En el pasado, ya expuesta la Doctrina Monroe, Francia, Inglaterra, Alemania y otros países europeos agredieron a México, Argentina, Venezuela, Nicaragua y otros países, sin que EU moviera un dedo. Siempre, su política ha estado definida, antes y ahora, por ser contraria a América Latina y el Caribe.
Pero las cosas comenzaron a cambiar. En 1959 triunfó la Revolución cubana, que trajo una idea fundamental: aquí, en el patio trasero del imperialismo, es posible llevar a cabo las transformaciones que requieren las sociedades latinoamericanas, si se dan dos condiciones indispensables: la decisión de los pueblos de romper las cadenas de la dominación imperialista y la existencia de una dirección revolucionaria que encabece el proceso de liberación. Con la Revolución cubana, se acabó la unicidad del sistema de los monopolios y gobiernos estadounidenses, extraño y antagónico a los intereses de las naciones y Estados latinoamericanos, y avalado y apoyado por las oligarquías locales y el imperialismo europeo, especialmente el británico, pareja inseparable del gran genocida del septentrión americano. No más unicidad imperialista.
Con el neoliberalismo bushiano el imperialismo yanqui cometió un grave error político: se enfrascó en conflictos bélicos en Afganistán e Irak, para los cuales no tenía ni los recursos suficientes, ni el apoyo social interno, ni el respaldo adecuado de sus socios, aliados y cipayos en el mundo, ni los hombres ni los cuadros militares que encabezaran tales guerras criminales y genocidas. Ese enfrascamiento permitió, contra su voluntad, que descuidara el control sobre América Latina, y, entonces, se produjo y reprodujo un fenómeno que aún no termina: el del surgimiento y desarrollo de corrientes patrióticas y antimperialistas, que, en grados diversos, buscan seguir un curso distinto al neoliberalismo, no obedecer el bastón de mando de los noramericanos y conseguir la unidad en diversos órdenes de los pueblos y Estados de este subcontinente. Esto hizo que en un lapso menor a quince años cambiara el panorama latinoamericano: fuerzas contrarias a la dependencia lacayuna se colocaron al frente de los gobiernos de Venezuela, Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Uruguay y Perú, mientras la derecha, en medio de graves crisis, mantenía el poder o lo alcanzaba en México, Colombia, Panamá, Chile, Honduras y Costa Rica. De esta manera, los países latinoamericanos, con la mayoría de la población del subcontinente, se ubicaron en un polo que rompía, de hecho, la hegemonía norteamericana. El proceso ha avanzado y ahora 33 países formalizan la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, sin Estados Unidos y Canadá. Es, sin duda, un avance histórico.
En este proyecto unitario confluyen fuerzas anticapitalistas como los gobiernos de Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador; gobiernos democrático-burgueses en lucha por la soberanía nacional como los de Brasil, Argentina y Perú, y gobiernos proimperialistas como los de Calderón en México, Santos en Colombia, Piñera en Chile, Martinelli en Panamá y Chinchilla en Costa Rica, que, naturalmente, defienden e impulsan proyectos económicos, políticos y sociales diferentes. Empero, la unidad en sí misma es positiva porque establece los inicios de un bloque de varios cientos de millones de habitantes y con importantes recursos naturales que permitirán potenciar el desarrollo y la integración de esta gran área del planeta, lo que influirá en las relaciones con Estados Unidos, que tendrá menos libertad para promover sus bárbaras políticas de guerra, intervenciones militares y golpes de estado.
De inmediato la CELAC se pronunció en contra del bloqueo estadounidense a Cuba y por la soberanía de Argentina sobre las islas Malvinas, temas fundamentales de la agenda política latinoamericana y caribeña. La nueva organización sostiene en la Declaración de Caracas: “10. Reconocer que nuestros países han avanzado en procesos de Integración regional y subregional y en la conformación de diversos mecanismos a lo largo de las últimas décadas, reflejo de su vocación de unidad y su naturaleza diversa y plural, que constituyen un sólido cimiento a partir del cual edificamos la Comunidad que agrupa a todos los Estados latinoamericanos y caribeños.
“11. Conscientes de la aspiración común de construir sociedades justas, democráticas y libres y, convencidos de que cada uno de nuestros pueblos escogerá las vías y medios que, basados en el pleno respeto de los valores democráticos de la región, del Estado de derecho, sus instituciones y procedimientos y de los derechos humanos, les permita perseguir dichos ideales.
“12. Ratificar nuestro apego a los Propósitos y Principios enunciados en la Carta de las Naciones Unidas, y el respeto al Derecho Internacional.
“13. Destacando el camino trazado por los Libertadores de América Latina y el Caribe hace más de doscientos años, un camino iniciado de manera efectiva con la independencia de Haití en 1804, dirigida por Toussaint Louverture, constituyéndose de esta manera en la primera República Independiente de la región. De la misma manera recordamos que la República de Haití liderada por su Presidente Alexandre Pétion, con la ayuda prestada a Simón Bolívar para la Independencia de los territorios que en el presente conocemos como América Latina y el Caribe inició las bases para la solidaridad e integración entre los pueblos de la región”.
“15. Conscientes de que han transcurrido 185 años desde que se ensayara el gran proyecto de los Libertadores, para que la región se encuentre hoy en condiciones de abordar, por la experiencia y la madurez adquirida, el desafío de la unidad e integración de América Latina y el Caribe.
“16. Inspirados en el Congreso Anfictiónico de Panamá de1826, acto fundamental de la doctrina de la unidad latinoamericana y caribeña, en el que nuestras jóvenes naciones soberanas plantearon la discusión de los destinos de la paz, el desarrollo y la transformación social del continente.
“17. Destacando la participación de los pueblos indígenas y afrodescendientes en las luchas independentistas y reconociendo sus aportes morales, políticos, económicos, espirituales y culturales en la conformación de nuestras identidades y en la construcción de nuestras naciones y procesos democráticos.
“18. Reconociendo el papel histórico de los países de la Comunidad Caribeña (CARICOM) en el proceso deliberación, desarrollo e integración en Latinoamérica y el Caribe, y enfatizando el compromiso permanente de CARICOM y los Pueblos Caribeños para contribuir con el desarrollo integral y sostenible de la región”.
“Declaramos:
“20. En el marco del Bicentenario de la independencia, nos hemos reunido los 33 países de América Latina y el Caribe, luego de los esfuerzos concretados en la Cumbre de América Latina y El Caribe (CALC) realizada el 17 de diciembre de 2008 en Salvador de Bahía y la Cumbre de la Unidad realizada en Cancún el 23 de febrero de 2010, para poner en marcha la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
“21. Que conforme al mandato originario de nuestros libertadores, la CELAC avance en el proceso de integración política, económica, social y cultural haciendo un sabio equilibrio entre la unidad y la diversidad de nuestros pueblos, para que el mecanismo regional de integración sea el espacio idóneo para la expresión de nuestra rica diversidad cultural y a su vez sea el espacio adecuado para reafirmar la identidad de América Latina y El Caribe, su historia común y sus continuas luchas por la justicia y la libertad.
“22. Que teniendo en cuenta la diversidad en los procesos de formación de la identidad latinoamericana y caribeña, la CELAC se convierta en un espacio que reivindique el derecho a la existencia, preservación y convivencia de todas las culturas, razas y etnias que habitan en los países de la región, así como el carácter multicultural de nuestros pueblos, y plurinacional de algunos de nuestros países en especial de las comunidades originarias que promueven y recreen la memoria histórica, los saberes y los conocimientos ancestrales.
“23. Que reconociendo el derecho que tiene cada nación de construir en paz y libremente su propio sistema político y económico, así como en el marco de las instituciones correspondientes de acuerdo al mandato soberano de su pueblo, los procesos de diálogo, intercambio y negociación política que se activen desde la CELAC deben realizarse tomando en cuenta los siguientes valores y principios comunes: el respeto al Derecho Internacional, la solución pacífica de controversias, la prohibición del uso y de la amenaza del uso de la fuerza, el respeto a la autodeterminación, el respeto a la soberanía, el respeto a la integridad territorial, la no injerencia en los asuntos internos de cada país, la protección y promoción de todos los derechos humanos y de la democracia”.
La constitución de la CELAC es de una enorme importancia y, en perspectiva, anuncia la futura desaparición de la negativa OEA, dada la dependencia directa de ésta del Departamento de Estado de Estados Unidos. La CELAC responde, en forma clara, a necesidades reales de las sociedades de AL y el Caribe, pese a los exabruptos de la prensa gusana de Miami y El País de España.
Tiene razón La Jornada, al sostener en un editorial: “En contraste con esa historia de sometimiento e injerencismo, las naciones de América Latina han ido forjando por su cuenta diversas instancias multilaterales en el ámbito de la cooperación económica --la Comunidad del Caribe, el Mercosur, la Comunidad Andina, el Sistema de la Integración Centroamericana--, y en el de la gestión política y diplomática, como se demuestra con la constitución de parlamentos regionales (el Andino, el Centroamericano, el Latinoamericano), y de mecanismos de resolución de conflictos, como el Grupo Contadora y su sucesor, el Grupo de Río. El surgimiento de la Celac no es, pues, el resultado de un espíritu momentáneo, sino de un proceso de largo aliento por lograr un espacio de deliberación regional que esté mucho más cercano al principio de equidad y de democracia entre las naciones del subcontinente.
“Por esas razones, aunque de momento los representantes de los 33 países que conforman el nuevo organismo no se plantean que éste sustituya a la organización hemisférica, es posible y deseable que, en la medida en que tenga éxito, la Celac termine desplazando a la entidad que encabeza José Miguel Insulza. Por lo pronto, los jefes de Estado congregados ayer y anteayer en Caracas han empezado a dar algunos pasos simbólicos en sentido contrario a la orientación histórica de la OEA, como la decisión de celebrar la cumbre de la Celac de 2014 en Cuba, nación injustamente excluida de la entidad hemisférica entre 1962 y 2009.
“Desde luego, el camino es largo y es previsible que la naciente comunidad enfrente retos endógenos y exógenos importantes. Dentro de los primeros ha de destacarse la división política que enfrenta la región, la cual se expresa en gobiernos tan disímiles como los que encabezan, por ejemplo, el venezolano Hugo Chávez y colombiano Juan Manuel Santos, y que se ha agravado por los recientes giros a la derecha en Chile, Panamá, Honduras y Guatemala. A nadie es ajeno que tales diferencias se han expresado, en más de una ocasión, en disensos y confrontaciones directas entre los distintos jefes de Estado y de gobierno en la región, y es posible que ese factor gravite en forma negativa en el proceso de toma de decisiones dentro del nuevo organismo. Mucho más graves, en todo caso, son los previsibles intentos de la diplomacia estadounidense --a juzgar por los antecedentes históricos-- de desvirtuar, descalificar y aun torpedear la naciente organización. Cabe esperar que los gobiernos de la región tengan la capacidad, la voluntad y la inteligencia necesarias para sortear esas dificultades y consolidar el mecanismo, porque si algo cabe lamentar de la cumbre inaugural de la Celac es que no haya tenido lugar desde hace años”.
Con la formación de la CELAC, los sueños integradores, unitarios y solidarios de los próceres latinoamericanos y caribeños, así como de los revolucionarios del siglo XX, como Ernesto Che Guevara y otros, empiezan, en medio de nuevas luchas, a concretarse. Para el imperialismo norteamericano, no son buenas noticias. En cambio, para los pueblos de la Patria Grande es un paso real más hacia la verdadera unidad. Sea bienvenida la CELAC.
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