x Mikel Arizaleta
Este personaje bíblico me tiene fascinado desde niño.
profesor de Gotinga, Gerd Lüdemann, me descubrió, con su escrupuloso
trabajo que, en contra de lo afirmado y sostenido por los cuatro
Evangelios de que “Judas entregó a Jesús a la dirección judía”, la
versión más antigua y límpida sobre este hecho se encuentra no en
ellos sino en una carta de Pablo, concretamente en 1Cor. 11,23-25. Y
la primera formulación, que no era histórica sino teológica, adquirió
doble forma: Dios entregó a su hijo a la muerte o Jesús se entregó a
sí mismo por nuestros pecados.
No fue Judas. En la primera tradición cristiana no hay mención alguna
a Judas como traidor. Fue bastante más tarde cuando tejieron la
historieta y se inventaron la novelita del Judas, que entrega a Jesús
por unas monedas, luego se arrepiente, compra un campo, se suicida,
revienta o se hincha.
Es, por tanto, uno de los muchos cuentos bíblicos, que siguen
pululando en nuestros días con consentimiento de los comerciales de
Dios. Pero no deja de ser curioso por qué el mochuelo recae en Judas y
no en otro apóstol. El autor reconoce que los judíos muy pronto, por
aquello de crucificar a Jesús, adquirieron pésima fama entre los
cristianos. Por tanto nadie mejor para simbolizar la entrega y
traición de Jesús que Judas de Keriot, de Judea/judíos, y para más
inri ponen en boca de Jesús una maldición, que ha pesado como plomo
plomizo, o en frase de Borges como huésped de fuego que no se apaga,
tanto en la historia novelada bíblica de Judas como en la historia de
los judíos: “ay de aquel por quien el Hijo del hombre es
entregado!¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido! Después y todo
Judas Keriot (Iscariote) era el único de los doce que no era de
Galilea.
Pero hay otro detalle, que me enseñó el profesor Gerd Lüdemann: la
persecución de la palabra exacta. En griego entregar se dice
paradidômi y traicionar prodidômi, pues bien a pesar de que sólo en un
pasaje del Nuevo Testamento, Lc. 6, 16, se dice que Judas fue un
prodotês, un traidor, la maldita novelita montada en torno a Judas, de
tanto insistir desde el púlpito, con el paso del tiempo se ha
convertido traidor en su estigma. Me recuerda la frase falsamente
atribuida a Göbbels de que una mentira repetida mil veces termina
siendo verdad. Digo falsa porque mucho antes corría este eslogan por
las redacciones inglesas en la Primera Guerra Mundial. A pesar de
todo, son muchos los autores, que a lo largo de la historia han sabido
rescatar al personaje vilipendiado por la teología oficial de la
Iglesia y burlarse de la maldición histórica.
Y traigo el recuerdo de Borges en su última versión del fantástico
cuento de Tres versiones de Judas:
“Dios, arguye Nils Runeberg, se rebajó a ser hombre para la redención
del género humano; cabe conjeturar que fue perfecto el sacrificio
obrado por él, no invalidado o atenuado por omisiones. Limitar lo que
padeció a la agonía de una tarde en la cruz es blasfematorio. Afirmar
que fue hombre y que fue incapaz de pecado encierra contradicción; los
atributos de impecacabilitas y de humanitas no son compatibles.
Kemnitz admite que el redentor pudo sentir fatiga, frío, turbación,
hambre y sed; también cabe admitir que pudo pecar y perderse. El
famoso texto Brotará como raíz de tierra sedienta; no hay buen parecer
en él, ni hermosura; despreciado y el último de los hombres; varón de
dolores, experimentado en quebrantos (Isaías 53, 2-3), es para muchos
una previsión del crucificado, en la hora de su muerte; para algunos
(verbigracia, Hans Lassen Martensen), una refutación de la hermosura
que el consenso vulgar atribuye a Cristo; para Runeberg, la puntual
profecía no de un momento sino de todo el atroz porvenir, en el tiempo
y en la eternidad, del Verbo hecho carne. Dios se hizo hombre
totalmente, hasta la infamia, hombre hasta la reprobación y el abismo.
Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la
perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o
Jesús; pero eligió un ínfimo destino: fue Judas”.
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