sábado, 26 de mayo de 2012

¿Hay vacuna contra el racismo?


Socialismo y poder ¿Hay vacuna contra el racismo?
Marcelo Colussi


 El racismo no es un problema nuevo. La historia humana, para decirlo una vez más, ha sido –y continúa siendo– una sucesión de enfrentamientos. Enfrentamientos diversos, por cierto, entre los que el conflicto étnico es uno más. Pero que tiene un peso muy especial, por cuanto es el principal mecanismo de segregación del otro diferente. En función de ese mecanismo, justamente, se pueden cometer las peores tropelías amparados en la "justificación" de las diferencias. 

  ¿Por qué, muchas veces, atacamos lo distinto?, ¿por qué lo diverso atemoriza? Estas son preguntas que pueden contestarse desde variadas ópticas: social, psicológica, antropológica. Pero queda claro, desde ya, que el ámbito de su esclarecimiento corresponde primariamente al campo de las ciencias sociales; no hay razón biológica que de cuenta de estos fenómenos, y mucho menos que los justifique.  Si en algún momento pudo pensarse en un darwinismo social con pretendido carácter científico donde la supuesta selección natural premiaría a los más fuertes sobre los más débiles, eso se demuestra hoy como el grosero ejercicio de un poder, como una práctica ideológica, muchas veces descarada.

 "El racismo y la discriminación racial constituyen una tragedia que continúa ocasionando violencia contra muchos pueblos dondequiera que nos encontremos, sea en países del Tercer Mundo o en los llamados paí  ses desarrollados", expresaba la indígena maya-quiché Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz y Embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO. 

  Es cierto; es tristemente cierto: estamos ante una tragedia. ¡Una tragedia de la civilización! Porque ningún ser humano en desarrollo excluye "por instinto" a otro por su color de piel, por sus características físicas externas.  

 Si bien los avances de la genética han mostrado la arquitectura primera del genoma humano y su indubitable universalidad, y pese a que ya nadie en su sano juicio puede volver a la retrógrada idea de "raza", el racismo continúa. La raza –ya fue suficientemente dicho en reiteradas ocasiones– no es un concepto biológico; es una construcción ideológica. Por lo tanto, el prejuicio discriminatorio que en ella se basa no tiene el más mínimo fundamento que pueda respaldarlo. 

  Como toda noción ideológica, tiene que ver no con  una lectura científica de la realidad sino con un posicionamiento político, de ejercicio del poder. En términos científicos para decirlo casi con un criterio de apelación a la autoridad en el que le damos a la ciencia el valor de libro sagrado incuestionable la idea de "raza" y las supuestas diferencias que se seguirían de ella no es sostenible. Las diferencias humanas se ligan al orden histórico, simbólico, social. 

 En todo caso, las diferencias físicas constatables pigmentación de la piel, del cabello, color de los ojos, morfología externa– son datos que se dimensionan a partir de su valorización cultural. Nada hay en el campo de la realidad física que pueda explicar, y mucho menos justificar, cualquier forma de discriminación.

   Dicho esto, sabido esto, demostrado fehacientemente todo esto, sin embargo la discriminación sigue siendo un hecho, un triste y vergonzoso hecho una "tragedia", para usar las palabras de la Premio Nobel. Pero ¿por qué? 

  Quizá con algo de ingenuidad la reflexión nos podría encaminar a pensar que el racismo es connatural al fenómeno humano, es de orden genético. Es cierto que lo distinto atemoriza… pero cuando somos adultos. En reiteradas ocasiones se realizó la prueba de laboratorio en la que se colocaba a varios niños y niñas de entre dos y cuatro años de edad, momento en que han dejado ya de ser lactantes pero  en que aún no han incorporado plenamente su cultura, combinando distintas "razas": un "blanquito", un "negrito", un "chinito". ¡Y ninguno discriminaba a nadie! La discriminación racial viene tardíamente, cuando se asumen los valores de la civilización; vienen de otro, vienen de los adultos. 

  En el acmé del positivismo decimonónico hubiese sido concebible una explicación desde lo genético para el racismo, y más aún, para su justificación. Pero no hoy, con el desarrollo de las ciencias sociales que se ha registrado. La pregunta, sin embargo, sigue apuntando a la facilidad, a la rapidez con que podemos caer en la discriminación étnica. ¿Por qué esto surge tan "fácilmente"? (Sólo un ejemplo:  los alemanes pueblo tradicionalmente instruido, desarrollado registra sin dudas uno de los niveles más alto de racismo que podamos recordar en la modernidad. Intelectuales teutones de valía creyeron a pie y juntilla en la superioridad de la "raza aria"; y los alemanes no son, precisamente, unos estúpidos. Y pese a haber sido derrotados en la Segunda Guerra Mundial y a la cultura de vergüenza social que se edificó en la post guerra en relación al nazismo, al día de hoy no ha desaparecido totalmente entre la población la noción de superioridad "racial" (suele jugarse con la expresión  "Deutschland über alle" Alemania sobre todos en vez de "Deutschland über alles" Alemania sobre todo, que es parte del himno nacional). ¿Por qué esa recurrencia de la idea de superioridad? Para muestra, ahí están los grupos neonazis persiguiendo extranjeros. ¿Cuál es la vacuna contra el racismo?  

 Lo diverso regularmente atemoriza, aterra incluso. Permitiéndonos seguir usando el idioma alemán, dado que permite mostrarlo de forma más que evidente, lo "no familiar", lo "un-heimlich", puede ser "siniestro"  "unheimlich". Ante lo nuevo desconocido puede haber varias reacciones; investigar, descubrir con un espíritu casi aventuresco eso incógnito que se nos presenta. Pero otra reacción muy común quizá la más común, la más primaria– es la reacción negativa: lo desconocido, lo no familiar, se antoja peligroso. ¿Siniestro? 

Seguramente los humanos somos más conservadores que aventureros, por eso descubrir y abrirse a cosas nuevas cuesta tanto. Es más fácil angustia menos repetir, seguir la rutina. Si soy blanco, es más fácil encontrar en mi homólogo la garantía de tranquilidad; de ahí que mis amigos serán blancos, me caso con una blanca, hago que mis hijos se junten con otros blancos. Pero eso no es genético. Es puramente cultural. 

 En general, y esto es lo digno de destacarse, la práctica discriminatoria del racismo tiene lugar desde el supuesto "superior" (la raza aria, los blancos, los europeos "cultos") hacia los considerados "inferiores", de menor cuantía, más "animalescos". Con lo que se juega un ejercicio de poder: el poderoso discrimina al débil. No se da nunca a la inversa. Los que se tiñen el cabello de rubio son los negros o los indígenas, pero es rarísimo ver un rubio pintándose el pelo de negro. 

 En el ideario socialista clásico la noción de discriminación étnica no estaba presente. Por el contrario, con una visión europeísta incluso, en el mismo texto de Marx pueden encontrarse referencias a la necesidad de ir más allá de este tipo de contradicciones para dirimir todo en el plano de la lucha de clases. Y más aún: desde una posición eurocéntrica y de "hombre blanco", pudo llegar a decir cosas que hoy, siglo XXI, podrían verse como políticamente no correctas, cuestionables. Los prejuicios raciales también ahí se filtran. Para muestra, valga citar un artículo suyo de 1853, "Futuros resultados de la dominación británica en la India": "Inglaterra tiene que cumplir en la India una doble misión: destructora por un lado y regeneradora por otro. Tiene que destruir la vieja sociedad asiática y sentar las bases materiales de la sociedad occidental en Asia". ¿Las sociedades "atrasadas" deben seguir el modelo del Occidente "desarrollado"? Pero… ¿cuál es la vacuna contra el racismo?

 Si queremos emprender una autocrítica sincera de nuestros postulados y valores más profundos que nos posibilite avanzar en la construcción de un mundo nuevo, es necesario retomar agendas olvidadas o poco valorizadas por la izquierda tradicional, entre  ellas el tema étnico. Tomemos como ejemplo una zona de tradición fuertemente indígena: los pueblos que hoy constituyen los países latinoamericanos. Herederos de una tradición intelectual de Europa (ahí surgió  lo que entendemos por izquierda), los movimientos contestatarios del siglo XX ocurridos en Latinoamérica no terminaron de adecuarse enteramente a la realidad regional. La idea marxista misma de proletariado urbano y desarrollo ligado al triunfo de la industria moderna en cierta forma obnubiló la lectura de la peculiar situación de nuestras tierras. Cuando décadas atrás José Mariátegui, en Perú, o Carlos Guzmán Böckler, en Guatemala, traían la cuestión indígena como un elemento de vital importancia en las dinámicas latinoamericanas, no fueron exactamente comprendidos. Sin caer en infantilismos y visiones románticas de "los pobres pueblos indios" ("Al racismo de los que desprecian al indio porque creen en la superioridad absoluta y permanente de la raza blanca, sería insensato y peligroso oponer el racismo de los que superestiman al indio, con fe mesiánica en su misión como raza en el renacimiento americano", nos alertaba Mariátegui en 1929), hoy día la izquierda debe revisar sus presupuestos en relación a estos temas. De hecho, entrado el tercer milenio, vemos que las reivindicaciones indígenas no son "rémoras de un atrasado pasado pre-capitalista o colonial" sino un factor de la más grande importancia en la lucha que actualmente libran grandes masas latinoamericanas (Bolivia, Perú, Ecuador, México, Guatemala). Sin olvidar que Latinoamérica es una suma de problemas donde el tema del campesinado indígena es un elemento entre otros, pero sin dudas de gran importancia, la actitud de autocrítica es lo que puede iluminar una nueva izquierda. 

 Sin dejar de considerar, desde ya, que una injusticia (la discriminación racial) puede imbricarse con la otra (la explotación económica), la cuestión del racismo es una esfera de sentido con su lógica propia, no reductible a la diferencia social. Siempre los conquistadores de "raza superior" han encontrado en la diferencia étnica la justificación para explotar a los "inferiores", pero sin embargo la discriminación racial funciona como mecanismo psicosocial-cultural autónomo, con su dinámica especial. Un blanco de escasos recursos también puede discriminar por indígena o por negro a alguien que, quizá, tiene un mejor nivel económico. "Seré pobre pero no indio" puede escucharse de más  de algún blanco pobre en Latinoamérica. 

  En orden a modificar las situaciones de injusticia que definen la realidad cotidiana actual desde ya que las diferencias de clase siguen siendo definitorias; pero no podemos menos que considerar como de gran importancia el campo del racismo, otra tragedia humana quizá de  no menor relevancia que aquélla. La lucha por la justicia incluye todo tipo de opresión: económica, de género, cultural. Si no es así podemos caer en nuevas y sutiles formas de injusticia. 

 Hoy día las constituciones políticas de todos los países reconocen y defienden las diversidades étnicas; las cartas fundacionales del sistema de Naciones Unidas –instancia supranacional por excelencia– prácticamente tienen razón de ser en cuanto parten del hecho de la enorme variedad de etnias y culturas que conforman la especie humana y la más que obvia necesidad de su aceptación y respeto entre todas ellas. Pero más allá de toda esta intencionalidad, el racismo sigue siendo un hecho. ¿Hay vacuna contra el racismo? 

 El fenómeno de la discriminación no se restringe a algún país en especial, donde se podría estar tentado de endilgar el fenómeno a "atrasos culturales". Por el contrario, barre el mundo por los cuatro puntos cardinales. Sociedades llamadas "desarrolladas", para decirlo rápidamente, dan las peores muestras de intolerancia étnica. Así como en Alemania, tal como veníamos diciendo, hace apenas unas décadas se persiguió a los judíos por millones en nombre del sueño de superioridad racial, en Estados Unidos el Ku Klux Klan sigue teniendo una considerable cuota de poder y hasta no hace mucho tiempo linchaba a pobladores negros, en Italia la Liga del Norte propone la separación del sur "subdesarrollado", en Austria un partido neonazi disputó recientemente el poder y casi lo gana, sólo por dar algunos ejemplos. Aunque el anterior Secretario General de la ONU haya sido una persona afrodescendiente  (todo un símbolo, definitivamente) el apartheid a nivel mundial sigue estando presente. 

  En Guatemala una mujer indígena, la más arriba citada Rigoberta Menchú, se ha hecho acreedora (no sin resistencias locales) a un Premio Nobel; paso importante. Quizá a principios de siglo, o apenas algunas décadas atrás, esto hubiera sido inconcebible (todavía se vendían las fincas con todo "e indios incluidos"). Pero la discriminación étnica no ha desaparecido. ¿Hay forma que desaparezca? Incluso podríamos ser más cáusticos en la pregunta: ¿hay posibilidades reales que desaparezca? Aunque se ha incorporado el neologismo "afrodescendiente" para superar la discriminación de los "negros", sabido es que las poblaciones de origen africano siguen siendo, por lejos, las más sufridas.  

 En la forma en que queda formulado el interrogante pareciera que no hay mayores alternativas: ¿será que el racismo está enraizado en la misma condición humana? Por principios diríamos que no, pero ¿por qué es tan frecuente y cuesta tanto eliminarlo? De todos modos, pensemos en que debe haber alternativas, ¿o es que realmente hay "razas superiores"? 

  No debemos caer rápidamente en reduccionismos, por más tentador que ello sea. Sería muy fácil colegir de lo que tenemos dicho que el racismo, en cuanto una de tantas expresiones de la  agresividad, en cuanto constituyente del fenómeno humano, es inmodificable. Así las cosas, no habría ya mucho por hacer. O ante cada nueva expresión discriminatoria resignadamente encogerse de hombros por encontrarnos frente a un hecho natural. No hay dudas que podemos (debemos) apuntar a otras opciones. 

 La población de una etnia difícilmente establece grandes amistades, o busca su pareja, con gente de otra etnia. El amor es narcisista, es decir: yo amo en el otro lo similar a mí; quizá por eso es tan difícil abrirse plenamente a alguien muy distinto. Pero aunque esto sea verdad en un nivel nada autoriza a que se aborrezca al otro por ser diferente (otra lengua, otras costumbres, otra cosmovisión, otro color de piel). Una actitud civilizada, aunque se estrelle a diario con fuerzas jurásicas que ven en el otro distinto siempre una amenaza, debe apuntar a ese ideal de respeto. 

 No hay vacuna contra el racismo, ni contra las injusticias. Pero hay la posibilidad de establecer mecanismos de convivencia que nos permitan respetarnos; y esas mismos mecanismo, que no son sino las leyes, códigos de conducta que nosotros mismos vamos creando, felizmente no son definitivos, son perfectibles. En Cuba, luego de la revolución, se estableció por ley que una cuota de los cargos públicos de dirección debía ser ocupada por camaradas de color. Discriminación positiva, sin dudas, pero muy oportuna. Sólo ese trabajo de educación, de concientización, de generación de una nueva cultura dificilísimo, lo sabemos puede dar resultados con varias generaciones de esfuerzo.  

 Suprimir, eliminar al otro distinto no es el camino. Ello, en definitiva, no es sino alimentar el ciclo de violencia; y eso no tiene fin. En nombre de lo que sea se puede discriminar al otro distinto, se pueden pedir limpiezas sociales. Los motivos sobran: ahora, niños de la calle, después los drogadictos, después los homosexuales... ¿Y después? ¿Seropositivos?, ¿habitantes de barrios marginales?, ¿indígenas?, ¿negros? ¿Y después gitanos, judíos, musulmanes, latinos, pobres, habitantes del Tercer Mundo...? La lista no tiene fin. Y en algún lado de la lista estamos todos. 

  Lo que queda claro es que el poder construye un modelo cultural dominante que es el que se impone al resto de la sociedad. Esto no es nuevo; desde Hegel en adelante y por supuesto retomado por el marxismo clásico– sabemos que el esclavo piensa con la cabeza del amo. "Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante", expresó puntualmente Marx en "La ideología alemana". Entre otras cosas, hasta ahora, en todas las sociedades, en todas las culturas conocidas, el poder se construyó en términos masculinos, independientemente del color de la piel. También en las clases explotadas el machismo es un hecho. El poder es de los "machos". La ideología dominante es machista, profunda y obstinadamente machista.

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