Eliades Acosta Matos
Es inaceptable que, a pesar de sus errores y limitaciones, hagamos con nuestro silencio, el juego al imperialismo y al colonialismo que lo masacraron junto a su pueblo/ Lo que se nos ha presentado es una macabra y repugnante puesta en escena, un montaje mediático para cerrar el proceso de satanización de un líder tercermundista
Los videos sobre el linchamiento de Muamar el Gadhaffi, y el degollamiento de uno de sus hijos fueron inicialmente conocidos gracias a Al Jazeera, no a la CNN, ni Reuters, ni Deutsche Welle, ni TVE, ni Fox News, ni la BBC. Estas, con la pulcra disciplina de los mayordomos, solo obedecían la consigna de transmitir poéticas y enternecedoras imágenes de sus Freedom Fighters.
Puede revisarse la iconografía publicada de esta nueva operación imperialista y se comprobará que se trata de una cuidadosa puesta en escena; la construcción de una moderna poética de la contrarrevolución y el hegemonismo neocolonialista.
Y fue efectiva: de inicio, el mundo calló y aceptó como bueno un crimen monstruoso, cometido contra el pueblo libio y sus líderes, tanto como el que, en su momento, cometiesen estas mismas fuerzas del pasado contra Lumumba, el Che, Salvador Allende o Nurden Mohamed Taraki.
Puede aceptarse que Gadhaffi, y su propia coherencia como líder revolucionario, no llega a la altura de los demás mencionados, pero también es inaceptable que, a pesar de sus errores y limitaciones, hagamos con nuestro silencio, el juego al imperialismo y al colonialismo que lo masacraron junto a su pueblo. Adoptar una actitud vergonzante ante un genocidio monstruoso, como el que presenció, impasible, el mundo, es validarlo. Y otorgar un cheque en blanco a los asesinos para que continúen matando.
No importa, en rigor, si Gadhaffi cometió errores o no permitió en su país el rejuego político, al estilo occidental. Esas eran cuestiones a resolver por los libios, no por Estados Unidos ni la OTAN. Tampoco si tenía un colorido guardarropa, cuatro enfermeras ucranianas, o era custodiado por un cuerpo de bellas amazonas.
No caigamos en la trampa de la trivialización imperial. El error de Gadhaffi, se ha comprobado, no fue el haber sido revolucionario, nacionalista, antiimperialista y anticolonialista, sino que no lo fue consecuentemente, y hasta el fin.
Su más craso error estratégico fue haber creído en el honor y la seriedad de quienes jamás le perdonaron haber dado conciencia de su dignidad, su independencia y soberanía a un pueblo del Tercer Mundo, afectando, de paso, las ganancias derivadas de la explotación inmisericorde de sus recursos naturales.
Esas potencias del ayer, primero tomaron los millones que les proporcionaron los negocios que un iluso Gadhafi les facilitó, y luego tomaron la sangre de su pueblo, de su familia, y de él mismo. Y de paso aplastaron la independencia, la soberanía y el ejemplo de una revolución como la libia, para hacerse de nuevo con el dinero fácil derivado de la explotación de su petróleo.
No creo en la genialidad ni la omnipotencia de los staff creativos de las agencias de inteligencia del imperio. Son falibles, predecibles, aburridos y, frecuentemente, burdos. El caso libio lo demuestra. Ya sabemos que contra Gadhaffi y su pueblo se apandillaron, en obsceno compadrazgo, todos los poderes imperiales de la Tierra. Había que dar un ejemplo, a como diese lugar, y creen haberlo dado. Analicemos la leyenda que nos han intentado vender:
Un avión no tripulado yanqui, supuestamente, detectó el movimiento de los autos en que se retiraba de Sirte el líder libio. Los aviones de la OTAN habrían bombardeado la caravana, hiriéndolo levemente.
El resto del cuento es conocido, incluyendo las imágenes de las turbas de hienas cobardes y linchadoras que acabaron con su vida. Hoy se sabe que los servicios de inteligencia alemanes conocían de su paradero exacto en Sirte, y que por lo tanto, no hacía falta esperar su retirada, ni un bombardeo.
Tengo la firme convicción, derivada de mis estudios anteriores sobre las guerras culturales imperiales, el análisis de las estrategias mediáticas en el caso libio, y el conocimiento de la Historia, que lo que se nos ha presentado es una macabra y repugnante puesta en escena, un montaje mediático para cerrar el proceso de satanización de un líder tercermundista, concluyendo con lo que la CIA llamaba, desde los tiempos de la operación PBSUCESS, que en 1954 acabó con el gobierno de Jacobo Arbenz, en Guatemala, como “asesination of charácter”.
El escenario y las circunstancias fueron cuidadosamente escogidos para lograr la humillación y el desprestigio de Gadhaffi y la desmovilización de sus seguidores. El problema a resolver por los staffs creativos del imperio, fervientes fanáticos de las operaciones simbólicas y culturales que caracterizan las Guerras de Cuarta Generación de nuestra época, fue el mismo al que se enfrentaron cuando la guerra de Iraq y la búsqueda de Saddam Hussein: cómo impedir que los líderes enemigos, una vez capturados o eventualmente asesinados, se conviertan en héroes y mártires, y en consecuencia, en factor de movilización de sus pueblos.
La experiencia del Che, convertido en el símbolo rampante de las luchas antiimperialistas del pasado y el presente siglo, renacido de su muerte, pujante y combativo, les enseñó a cuidarse más de las batallas culturales que de las físicas.
Entonces llegó el final, digno de una ópera wagneriana, a fuerza de rotundo, oportuno, y sospechosamente perfecto: un Gadhaffi fugitivo, escondido en una alcantarilla, es detenido, aparentemente sin combatir, por su “propio pueblo”, al grito de “Alá es grande”. Fervorosos islamistas terminan haciendo “justicia”, a pesar de los ruegos de clemencia del “dictador” (que no se aprecian en ninguna de las versiones conocidas en video).
Ya ha trascendido que fue, en realidad, capturado tras un combate sostenido con tropas especiales inglesas y qataríes, siendo luego servido en bandeja a la turba linchadora. Y como cierre, el tiro de gracia dado, supuestamente, por un joven fotogénico, símbolo de la “Nueva Libia” pro-americana, y pro-colonialista, con una gorra de los New York Yanquees. Sin dudas, un guiño pícaro, intertextual, tipo Woody Allen; una especie de marca de autor de los coreógrafos de esta patraña.
Ya lo declararon las nuevas autoridades libias: no hubo autopsia del cadáver. Y para que todo quede perfecto, la ONU y Amnistía Internacional, en funciones de CSI imperiales, afirman que investigarán las circunstancias de estas muertes, o sea, que no pasará nada.
Llegado el momento, y no habrá que esperar mucho, toda la verdad se abrirá paso. El colonialismo y el imperialismo no han cambiado: son los mismos desde los tiempos de la Comuna de París, la República española, el Chile de Allende, o la Guatemala de Arbenz.
Sus herramientas para subvertir y derrocar gobiernos siguen siendo, en esencia, los mismos, solo que ahora los pueblos disponen de herramientas difíciles de controlar: los celulares, las redes sociales, los medios alternativos, Internet… y su propia memoria y experiencia histórica enriquecida por la vida.
En Gadaffi, como en su momento con Lumumba, las potencias imperialistas y coloniales han saciado las más bestiales ansias de venganza y odio contra líderes africanos y tercermundistas, que osaron enfrentarlas. El mensaje es claro: no se permitirá la menor rebelión, el menor desacato, la más mínima resistencia, o lo que es lo mismo, queda prohibido, so pena de linchamiento y satanización eterna, toda medida que limite o corte el flujo de ganancias que nutre la avaricia insaciable del capital global.
Pero los imperios también aprenden de sus errores: el mismo día que se asesinaba cobardemente a Gadaffi, sin que se inmutaran los millones que en el mundo lloran cuando se tala un árbol en el Amazona, o matan una foca en el Ártico, Obama anunciaba,¡ oh que extraordinaria causalidad!, que comenzaba la retirada definitiva de sus tropas de Iraq.
Una decisión polémica y peligrosa, oportunamente compensada, ante la opinión pública, con la euforia de ver, a uno de sus principals “enemigos”, sufrir y morir humillado. Lo que Obama hizo es intentar cerrar, definitivamente, una peligrosa brecha, gracias a la cual el buque imperial, peligrosamente, hacía aguas: no la de los gastos de una guerra que no han podido, ni podrán ganar, sino la de las bajas norteamericanas que ha costado, y cuesta.
Por eso en Libia la estrategia desestabilizadora fue diferente: ordenar el trabajo sucio a la OTAN, entregar $ 1100 millones de USD, que fue el aporte reconocido por el gobierno norteamericano a esta campaña, y no exponer hombres en el terreno. Al menos, no de tropas regulares, pues está por conocerse el accionar de unidades y oficiales de tropas especiales norteamericanas y europeas en suelo libio.
De ahí que un eufórico Vicepresidente Biden, esa versión postmoderna del “Hombre Invisible” en la Casa Blanca, haya declarado que Estados Unidos había logrado deshacerse de Gadhaffi “… sin perder un solo soldado”
¿Cuáles son las lecciones que se desprenden del caso libio? ¿Qué cambios, en las tácticas, estrategias y en la propia mentalidad imperialista, expresan? ¿Qué significado tiene para el futuro de la democracia global, y especialmente, para los procesos políticos y los gobiernos progresistas y de izquierda que existen en América Latina?
En aras de la concisión, resumiremos nuestra opinión en los siguientes puntos:
1) La esencia del capitalismo global, y de los gobiernos imperialistas se mantiene inalterable en nuestra época: es la misma desde su surgimiento, y sigue guiando su relación con el Tercer Mundo. No es más humano, ni menos bárbaro, ni más democrático, ni más pacifista, ni menos ambicioso o explotador. En tiempos de crisis global, de decadencia del liderazgo norteamericano, de unipolaridad y pensamiento único, se está tornando más agresivo y menos interesado en ocultar esas esencias, dejando a un lado las hojas de parra con las que se cubrió en tiempos de la Guerra Fría, a saber, la supuesta defensa de la libertad, de la cultura occidental y de la democracia.
2) Si bien las experiencias fallidas de Iraq y Afganistán frenaron, hasta ahora, el despliegue definitivo y total del proyecto neoconservador de contraofensiva del capitalismo, y la aplicación de un programa de contrainsurgencia universal, o de contrarrevolución a escala planetaria contenido en el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, de 1997, los apremios de la realidad y las nuevas experiencias desestabilizadoras, basadas, primero, en el modelo de la teoría y la práctica del “Soft and Smart Power”, del que Obama es el paradigma, y en la cooptación de las llamadas “revueltas o revoluciones democráticas”, iniciadas en Túnez y Egipto, son testimonio de que tales planes, lejos de haber sido desechados, han sido reciclados y están siendo puestos en vigor, de manera planificada y sistemática, como demuestra el caso libio. Estados Unidos acaba de anunciar la retirada “temporal” de su Embajador en Siria, debido a “amenazas recibidas”, lo cual indica, con antelación, donde presenciaremos el siguiente capítulo de este folletín macabro.
3) Libia pone sobre el tapete un elemento de suma peligrosidad: la derrota transitoria de una revolución antiimperialista y anticolonialista por una contrarrevolución que se sueña de nuevo tipo, sin serlo, apoyada en poderes hegemónicos extranjeros, y llevada a cabo de manera aséptica, a un costo irrisorio para estos. Al menos, en su versión mediática, que como es sabido, está en las antípodas de la realidad y la verdad. Si nos remontamos a la historia del Siglo XX, algo similar sucedió en 1953 en Irán, cuando la CIA norteamericana y el gobierno británico, mediante la entonces novedosa y creativa operación PBAJAX, lograron el derrocamiento del gobierno nacionalista de Mossadegh. Alentados por lo que consideraron una operación desestabilizadora perfecta, la saga continuó al año siguiente con el derrocamiento de Arbenz, luego de Perón, Juan Bosch y así, sucesivamente, hasta llegar al derrocamiento de Allende, en 1973. Aquí la maquinaria se detuvo, urgida de ajustes, por el elevado costo político que implicó esta última operación. Lo sucedido en Libia, y la inercia del pensamiento instrumental imperial preludian la repetición del nuevo esquema, primero en otros países del Oriente Medio y África (Siria, Yemen, Irán) y luego, en otras regiones del mundo, especialmente en América Latina (Cuba, Venezuela, Nicaragua. Ecuador). El tímido y chapucero intento, en el caso del golpe de estado en Honduras, promete regresar acrecentado y con olor a “rebelión popular o de sociedad civil indignada”.
Debe recordarse que, bajo la “cruel tiranía de Gadhaffi”, esa misma Libia martirizada y reducida a cenizas por la “liberación democratizadora” de la OTAN y Estados Unidos, pasó de ser uno de los países más pobres de África al que más alto nivel de vida brindaba a sus habitantes. Datos que aún pueden consultarse en los reportes anuales de la OMS, la ONU y la UNESCO, lo señalan como poseedor de 2 décimas por encima de los países con más alto Indice de Desarrollo Humano del mundo; con una tasa de escolarización superior al 89%, y con una esperanza de vida de 75 años. Y eso, para los estándares habituales que presentan las empobrecidas naciones africanas, son datos muy relevantes.
Precisamente, el haberlo logrado, a pesar de la hostilidad abierta del imperialismo y el colonialismo, y constituir un ejemplo de que se puede escapar del infierno a que la explotación de los países del Tercer Mundo condena a sus pueblos, es una de las razones que explican la saña con que se ha barrido de la faz de la tierra los frutos de décadas de trabajo abnegado del pueblo libio.
4) El modus operandi imperial es obvio y repetitivo: mediante la diplomacia pública y las operaciones encubiertas de aliento a la subversión en países “hostiles”, con los que, a pesar de todo, se mantiene relaciones diplomáticas, se va logrando construir una constelación de satélites que comienzan a girar en la órbita escogida, siempre alimentados por los generosos donativos de organismos y organizaciones internacionales no gubernamentales. La sociedad civil es alentada y dirigida, financiada y politizada; las campañas que despliegan y hasta las consignas y símbolos de sus protestas son generados en los laboratorios culturales imperiales, recibiendo, de inmediato, la más amplia cobertura mediática. De esta manera se fabrican “héroes y mártires”, cuyas demandas se sintonizan, cuidadosamente, con la sensibilidad occidental. Se dota a este engendro antinatural, nacido por manipulación genética, de un look glamoroso, joven, libertario, democrático, femenino y plural, distendido y simpático, siempre pro-norteamericano y pro-occidental, en contraposición a los regímenes a los que se oponen, que son satanizados de manera sistemática e inmisericorde, y presentadas como bárbaras dictaduras en manos de crueles tiranos, cuyo tiempo histórico ya ha pasado. Para esto último, los poderes imperiales disponen de enormes recursos y un gran arsenal creativo, además de las herramientas que recomiendan ideólogos como Joseph Nye(promotor del “Soft and Smart Power”) o estrategas como Martin Van Cleveld, Thomas X. Hammes y William S. Lind(promotores de la teoría de las Guerras de Cuarta Generación).
5) La mentalidad contrainsurgente imperial, la misma que se destina para lidiar contra las revoluciones, los gobiernos, pueblos, partidos y movimientos políticos, redes y grupos sociales, y simples personas “diferentes”, o sea que no aceptan pasivamente las reglas del mundo unipolar y de pensamiento único, ha ido avanzando hacia una nueva concepción de lucha. Esta parte de la utilización de tácticas y estrategias revolucionarias del pasado, vaciadas de su contenido revolucionario original, invertidas, cambiadas de signo y, finalmente, utilizadas contra las propias revoluciones con un nuevo carácter: el de contrarrevoluciones restauradoras con ropaje liberal y progresista y un glamoroso look juvenil, precursoras de un acceso irrestricto y jubiloso al consumo capitalista, a las nuevas tecnologías y al mundo global.
¿Qué son las importadas “Damas de Blanco”, en Cuba, sino la imagen invertida y con signo contrario, pero con tácticas de lucha similares, de las gloriosas “Madres de la Plaza de Mayo”, de Argentina?
¿Qué son estos “Freedom Fighters” libios, posando para las obsequiosas cámaras de Occidente, en poses de Rambo y luciendo equipos militares relucientes y uniformes impecables, sino las versiones imperiales de los jóvenes palestinos de la Intifada, que pelean con piedras, y a pecho limpio, contra la ocupación israelí?
Nunca antes, como en las más modernas versiones de la teoría de la contrainsurgencia imperialista y las Guerras de Cuarta Generación, los servidores del capitalismo global han prestado tanta atención a la importancia de la cultura, los símbolos y las ideas. ¿No suena conocido esto?
6) El arsenal de validación imperialista de operaciones subversivas e injerencistas, como la de Libia, ha variado con los tiempos. Ya no puede hablarse de “Amenaza Roja”, ni del “Oro de Moscú”. También las sociedades humanas son más cultas y están mejor informadas, incluso, y a pesar de los pesares, hay mucho más canales universales de información independiente en Internet, por ejemplo, de los que jamás hubo. Las redes sociales permiten movilizaciones físicas y de opinión, en tiempo real, por ello las operaciones culturales preparatorias y justificativas de cada zarpazo imperialista tienen que estar envueltas en glamorosos ropajes postmodernos. Deben ostentar un evidente aire universal, y actuar con la rotundez de quien actúa siguiendo los cánones de una ciencia constituida y generalmente aceptada. Por eso es esencial, con mucha antelación, disponer de un arsenal teórico con el que se hay machacado la sensibilidad de la opinión pública, imponiendo modelos de juicio y valores que anteceden a los bombardeos y la matanza.
Algunas de estas nuevas herramientas teóricas imperiales son:
1) El pensamiento único y lo políticamente correcto.
2) La sacralización fundamentalista y unilateral de los derechos humanos, en detrimento de otros derechos, no menos universales, como los derechos sociales, ecológicos, a la diversidad cultural, etc.
3) La teoría de los “Estados fallidos”, los “Estados delincuentes” , las “intervenciones humanitarias”, y la fábula del “Caos creativo y el Nation Building”, ambas concepciones asentadas en la farsa de la “excepcionalidad norteamericana”.
4) La constelación de reportes y certificaciones de “buena conducta” a los demás países y Estados, en materias tan diversas como la lucha contra las drogas, el tráfico de personas o la “libertad económica”, cuya misión esencial es sembrar matrices de opinión, aislar y satanizar a las naciones que se oponen a los designios imperiales, para, en su momento, atacarlas, así como también “premiar” a sus aliados.
La tarea de definir, fertilizar y promover estas matrices de opinión corresponde a la bien posesionada red de instituciones académicas y tanques pensantes que actúa como una jauría de perros de Pavlov, siempre presta a reaccionar al tintineo de las monedas del imperio y el capitalismo global. Estas se encargan de silenciar el debate verdadero y fomentar el debate falso. Rand Corporation, Heritage Foundation, American Enterprise Institute, Brooklyn Institution, Cato Institute, por solo poner algunos ejemplos del mundo anglosajón, son muestra elocuente de ello. En el mundo hispanohablante, la patética versión flamenca de sus mayores norteamericanos, la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES) del señorito Aznar. Los grandes medios erigen en paradigmas científicos, convierten en oráculos inapelables y en verdades reveladas toda la pacotilla ideológica que se produce en estas maquilas de la estafa global.
Contra estos viejos y nuevos planes y métodos del imperialismo global en su actual etapa de “Pacificación definitiva del planeta”, las fuerzas revolucionarias y progresistas deben y pueden oponer, además de frenos de otro tipo, una barrera cultural y de ideas. No son omnipotentes, a pesar de su poderío militar. No son infalibles, a pesar de su tecnología. No son invencibles, a pesar de sus millones. América Latina lo está demostrando con el afianzamiento de sus procesos alternativos, y en las condiciones actuales, en ello radica su fortaleza y su riesgo. Los imperialistas pueden perdonar, quizás y muy remotamente, a un oponente militar, pero con su sensible olfato clasista y su experiencia histórica, jamás perdonan a quien promueva símbolos, ideas, esperanzas, razones y una cultura que tenga, como horizonte de arribo, a un nuevo mundo, posible y mejor. El ensañamiento contra Lumumba, el Che, Allende y ahora Gadhaffi, y contra el ejemplo de la Revolución cubana, así lo demuestra.
En estas circunstancias, resuenan con vigencia renovada aquellas palabras del Che, precisamente pronunciadas tras los monstruosos crímenes en el Congo, del colonialismo belga y el imperialismo yanqui: “No se puede confiar en el imperialismo, ni tantito así:¡ nada!”.
Aunque venga ataviado con una hermosa sonrisa en la tez oscura de Barack Obama.
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