x Reinaldo Iturriza
¿Cómo ha reaccionado el antichavismo frente al anuncio de Chávez, este martes 21 de febrero, sobre la necesidad de una nueva intervención quirúrgica?
Escribía en agosto pasado mi amigo argentino Felipe Real que “las religiones populares deben ser incorporadas a la política (en nuestros propios términos)”.
Argumentaba, en tono deliberadamente polémico, que “hicieron muy bien los primeros patriotas latinoamericanos en fomentar la quema simbólica de iglesias: había que ‘comunicar’ que llegaba el fin del dominio político y espiritual del conquistador. Fue un gran éxito propagandístico”. En cambio, “hizo muy mal la segunda generación de patriotas latinoamericanos en no inventar un cielo propio. Estaban rotas las relaciones con el Vaticano y era hora de cortar el cordón umbilical espiritual con Roma. No se jugaron a fondo y la erraron. Había que inventar un dios en el cual podamos reflejarnos, con nuestro rostro y nuestra forma de ser. Nada de barbas largas y muchos pómulos anchos”.
Agregaba: “Existe otra razón que nos lleva a pensar que la religión debe ser usada en nuestros propios términos: cada vez que a los pueblos se les da por creer en sí mismos y modifican su realidad terrenal, se juegan e inventan dioses y semidioses”.
Entonces, ponía el ejemplo de Venezuela: “También podemos mirar a la Venezuela politeísta. El Chávez de hoy, enfermo y calvo, que va a misa a pedir por su salud (que es la del pueblo y su revolución) es más fuerte. Es más fuerte porque con los altares populares y las jornadas ecuménicas, llega a todos aquellos que no pudo convencer con argumentos lógicos-terrenales. Esos creyentes son cooptados por el brazo espiritual de la revolución y la religión se convierte en un canal propagandístico”.
La procesión por dentro del antichavismo
¿Cómo ha reaccionado el antichavismo frente al anuncio hecho por el presidente Chávez, este martes 21 de febrero, sobre la necesidad de una intervención quirúrgica para removerle una nueva lesión? De manera variada, sin duda. Pero digamos que se pueden distinguir, básicamente, dos posiciones: 1) la de aquellos que se frotan las manos porque creen que en el chavismo todo se viene abajo, y por tanto es el momento oportuno para sembrar cizaña, multiplicar las especulaciones sobre eventuales “sucesores”, esparcir rumores sobre divisiones; 2) la de aquellos que se limitan a expresar sus “buenos deseos” por la salud del Presidente, pero que eventualmente cuestionan la “politización” que el “oficialismo” hace de la enfermedad del comandante para cohesionar filas y captar nuevos apoyos.
Por supuesto, habrá quienes sigan creyendo que todo se trata de una gran conspiración, que la enfermedad de Chávez siempre ha sido una farsa; los habrá quienes denuncien la “politización” de la enfermedad y siembren cizaña; en fin, hay múltiples cruces posibles. ¿Por qué identificar dos posiciones centrales? Por aquello que las distingue: para algunos, la debilidad de Chávez es una oportunidad como nunca antes para derrotar a la revolución bolivariana; los otros, en cambio, están conscientes de que una eventual victoria opositora tendría que ser, al mismo tiempo, la derrota de un Chávez sano, robusto, en pleno uso de sus facultades físicas. Porque, ¿qué merito puede tener vencer a un convaleciente?
He aquí el gran dilema opositor: ¿es preferible vencer a un Chávez debilitado físicamente, y por tanto indispuesto para asumir la campaña a plenitud, o derrotar a un Chávez sano, fuerte, desplazándose de un extremo a otro de la geografía nacional, gobernando, arengando al pueblo?
Después de todo, lo que dejan traslucir ambas posturas es un gran temor: la posibilidad de que, aún convaleciente, Chávez los derrote nuevamente, y de allí la virulencia de los ataques de unos, y los “buenos deseos” de los otros. Pensándolo bien, dirán estos últimos, es infinitamente preferible perder contra un Chávez sano. Ya lo decía Capriles, el fin de semana pasado: “¿Que qué le deseo? Larga vida porque quiero que vea, con sus ojos, los cambios que vendrán, desde el estancamiento y el atraso de hoy a la Venezuela del progreso”.
Larga vida a Chávez
Si parte de la oposición le desea “larga vida” a Chávez es porque hoy, más que nunca, lo necesita sano y fuerte. Porque dada la imposibilidad de vencer al Chávez-mito, resulta imperioso vencer al Chávez-hombre, “demostrarle” al pueblo venezolano que es un ser humano de carne y hueso, y por tanto derrotable.
El detalle es que no ha sido el pueblo venezolano el que endiosó a Chávez. Contrario al dogma de fe que mueve a un antichavismo que, irónicamente, presume ser el adalid de la Razón, la fortaleza del comandante radica en su humanidad. Fue el antichavismo el que lo convirtió en Dios, porque sólo una deidad podía ser capaz de concitar semejante apoyo popular. Sin mucha dificultad podrá identificarse cuánto desprecio por lo popular hay detrás de semejante razonamiento. Al mismo tiempo, lo convirtió en demonio, porque sólo un personaje tan maligno podía promover tantos odios.
La cruda verdad es que el grueso del antichavismo nunca se tomó la molestia de pensar cómo podía derrotar al Chávez-hombre, porque antes prefirió endiosarlo y demonizarlo. Restarle humanidad, en pocas palabras.
Un pueblo en lucha no reza por la salud de sus dioses, construye dioses a su medida para rezarles por la salud de los suyos. De eso se trata, para decirlo con Felipe Real, incorporar las religiones populares a la política, pero en nuestros propios términos. Por eso el pueblo venezolano reza por la salud de Chávez, y por eso éste se fortalece con el aliento popular.
Si el antichavismo lo hubiera entendido alguna vez, hoy lo veríamos rezando. Pero eso es algo que nunca veremos.
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