Antes de nada, advertirles que lo que van a leer es una historia construida con retales de las distintas realidades, siempre durísimas, que viven muchas de las mujeres del África negra. Quien contó el relato es Chema Caballero, ex-misionero destinado a Sierra Leona durante 18 años, en el II Congreso de Nacionalidad y Extranjería celebrado el pasado mes de diciembre en Granada.
Una vez más antes de comenzar, y perdonen tanto suspense pero es que conviene conocer el contexto, escuchemos la introducción de Chema.
“No existen guerras étnicas ni religiosas en África. Todo eso es mentira. Detrás de cada guerra en África hay un recurso natural que interesa a occidente. Allí una materia prima equivale a una guerra.” Por ejemplo: el coltán en Congo, el petróleo de Sudán, el uranio en Nigeria o los diamantes en Sierra Leona. Lo que no hay porque no se fabrican en África son armas, éstas vienen de fuera. “Los cinco principales países fabricantes de armas son los cinco países que tienen derecho a veto en la ONU (EEUU, Francia, Reino Unido, China y Rusia).” El sexto es España.
Bueno, y ahora sí, comencemos con la historia de Momi. Todo empieza en 1991 con Sierra Leona envuelta en una guerra que desencadenó una violencia inusitada con miles de violaciones, centenares de mutilados, más de cien mil muertos y dos millones de desplazados; de estas cifras la gran mayoría, por supuesto, son civiles. Por aquel entonces las milicias del RUF (Frente Revolucionario Unido) recorría el país saqueando pueblos y secuestrando niños y niñas para utilizarlos como esclavos domésticos y sexuales. Como cualquier otro de los menores secuestrados Momi, que tenía unos 7 u 8 años, estaba “a disposición” de todos los milicianos que hubiera en los campamentos de la selva. Muchas de sus compañeritas, también los chicos, morían por las repetidas violaciones. Los menores que sobrevivían se convertían en soldados, los famosos niños-soldado, aunque no por ello dejaban de seguir siendo esclavos sexuales. “El mayor sueño de las chicas era llegar a ser Bus-wife(mujer de la selva), quedando prohibida para el uso de los demás milicianos y siendo esclava exclusiva de su jefe. Una de sus tareas era la de sujetar a otras niñas mientras su marido las viola.”
De las pruebas de entrenamiento militar cabe destacar la misión encomendada al niño para que vuelva a su pueblo con el fin de asesinar a un familiar. “Es una prueba de lealtad definitiva y una manera de asegurarse que el pequeño no podrá regresar jamás a casa.” Los pequeños soldados acaban por llamar papá a su comandante-violador y se convierten en auténticas máquinas de matar cuando se les suministra el brown-brown (una mezcla de pólvora y cocaína) en sangre, a través de cortes en las sienes.
En 1998 la ONU decide intervenir en el conflicto. Es entonces cuando se crea un programa especial que por primera vez intentará rehabilitar niños-soldado. Momi, que acaba en uno de estos centros, tiene un dilema. Está embarazada y el niño que espera supone para ella el recuerdo funesto de sus violadores y de su vida como niña-soldado. Cuando el bebé nazca, dejará caer al pequeño a un pozo simulando un accidente. Es la manera para deshacerse del recuerdo. No será la única (adviértase que fue esta una práctica extendida), tampoco nadie le dirá nada, nadie se sentirá capacitado para juzgar el dolor de esta pequeña madre. Sin embargo también se da el caso contario; hay mamitas para las que su niñito “es lo único bueno que les ha pasado en la vida”.
En los centros se realizan toda una serie de terapias para que estos menores intenten superar sus traumas y poder optar a una vida mejor. Dura tarea. Tal vez valga la pena advertir que la psicología occidental sirve de poco en África, funcionan mucho mejor el teatro o el deporte. “De lo que se trataba en estos campamentos es de que los menores hablasen de sus vivencias, sacasen fuera toda la violencia sufrida. Se intenta que hablen sobre lo que les mantuvo con vida: la esperanza de volver a ver a su madre, el deseo de venganza… sin hablar de estos sentimientos continúan siendo máquinas de matar.” Cuando se encuentran más o menos rehabilitados, después de 2 o 3 años, se intenta localizar a sus familias para que puedan volver a casa. La cosa funciona más o menos bien con los niños pero las niñas se escapan de sus casas a los pocos días. Momi que contaba todos sus recuerdos de la guerra no habló nunca de la violencia sexual de la que fue víctima, no hablaba de su sufrimiento como mujer. La presión social y cultural es siempre mucho más fuerte sobre las mujeres. Tal vez ya no fuera una guerrera pero seguía siendo una puta. Así lo sentía y quizá así la veían también muchos de los que convivían con ella.
De manera que tenemos miles de adolescentes excombatientes, expertas sexuales y sin la menor autoestima, con un destino que les aguarda en las playas de Freetown. Allí el mercado de la prostitución (también de menores) florecía gracias, entre otras cosas, a los cerca de 17500 soldados de la ONU destinados ha dicho lugar y las 500 ONGs que aparecieron por aquel entonces. Una vez, para dejar el oficio en Freetown, a Momi le ofrecieron un sueldo como costurera. Su respuesta fue aparentemente tan contundente como cargada de lógica: “Lo que puedo ahorrar trabajando dos años como costurera, lo gano con un blanquito en una noche”.
Ahora han pasado los años. Los soldados de la ONU ya se fueron, Momi ha tenido varios hijos y ya no parece resultar tan linda como antes. Desde hace un tiempo y gracias a un microcrédito tiene un pequeño negocio de peluquera en un pueblo rural al interior del país. La peluquería consiste básicamente en una caseta, dos sillas y un espejo colgado junto a las extensiones y los utensilios con los que hace sus peinados. Gana lo suficiente para mantenerse por sí misma y no piensa casarse. No quiere ni oír hablar de matrimonio, ni de tener pareja fija.
Alguna vez se la ve con algún novio o un amigo, una no renuncia a los placeres de la vida, pero luego cada uno duerme en su casa. Nunca volverá a depender de ningún hombre, eso lo tiene claro.
“Y tengan ustedes en cuenta una cosa; esto, en el África rural donde ahora vive, constituye una auténtica revolución.”
Euleterio Gabón
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