sábado, 4 de febrero de 2012

En el Palacio de Miraflores se batalló hasta el amanecer

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“Coloqué en una balanza la familia y la patria. La patria los incluía a ellos. La balanza se quedó a la misma altura. Entonces me incendió el espíritu saber que estábamos en el momento de no retornar”, rememoró el mayor Carlos Díaz Reyes


La operación casi suicida comandada por el mayor del Ejército Carlos Díaz Reyes entre la noche del 3 y la madrugada del 4 de febrero de 1992 se topó con una decisión colectiva a las 5:30 am, en las inmediaciones del Palacio de Miraflores. Tres opciones para escoger la correcta: una, la fuga hacia Catia o el 23 de Enero; dos, morir con las botas puestas; y tres, entregarse.

En esa encrucijada vital, Díaz Reyes lanzaba las cartas sobre la mesa. La gran operación rebelde contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez, liderada por el comandante Hugo Chávez, podía acabarse con la decisión de sus 35 hombres provistos de ocho tanques, en desventaja frente a los casi 800 soldados de la Casa Militar leales al gobernante Carlos Andrés Pérez. Un ultimátum, mezclado con una amenaza de bombardear a los alzados, pesaba mucho.

Aunque muchos catalogaron la gesta como una quijotada y otros como un paso descoordinado, Díaz Reyes estaba convencido de la buena preparación. De hecho, su jefatura en el movimiento de la toma de Miraflores resultó escogida con rigor y antesala.

Sin embargo, en diversas ocasiones se pospuso la gran operación a causa de que Carlos Andrés Pérez no se encontraba en el país. “El 3 de febrero en la noche, el Mandatario llegó a Maiquetía. Llegó acompañado de sus ministros, pues estaba de paseo en el exterior”, relata Díaz Reyes, 20 años después de esa fecha.

“Obtuvimos información de que lo recibió el ministro de Defensa, Fernando Ochoa Antich, quien participó a Pérez la situación que se respiraba. Pérez, en vez de irse a la Casona, se fue a Miraflores a eso de las 11:30 pm del 3 de febrero”, precisó.

Para entonces, Díaz Reyes formaba parte del grupo de Caballería Ayala, como oficial de planta en la Escuela de Caballería y Blindados en Fuerte Tiuna. Además, desempañaba funciones como instructor de tenientes y capitanes.

En la mañana del 3, el oficial revolucionario recibió el aviso definitivo de que ese día se aplicaría el plan. Por ende, procedió, junto a otros oficiales, a repartir un lote de boinas rojas y brazaletes tricolores.

Sólo suministró la indumentaria al personal comprometido en Fuerte Tiuna. La distribución pasó por las escuelas de Ingeniería, Infantería, de Blindado y en la Superior del Ejército, hasta el grupo Ayala y el Batallón Bolívar, entre otros. Comenzaba así una jornada que viraría el rumbo de la nación.

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