Autor: Frei Betto
En el 2010 el mundo fue sorprendido por la divulgación de una serie de documentos demostrativos de que muchos gobiernos y autoridades dicen una cosa y hacen otra. Les cayó la máscara. Todos vieron que el rey estaba desnudo.
El sitio Wikileaks, monitoreado por el australiano Julián Assange, publicó documentos secretos que dejaron avergonzados a gobiernos y autoridades, sin argumentos para justificar tantos abusos e inmoralidades.
Ya Maquiavelo había afirmado en el siglo 16 que la política tiene al menos dos caras: la que se presenta ante los ojos del público y la que se hace tras las bambalinas del poder.
Bush y Obama admitieron las torturas en Iraq, en Afganistán y en la base naval de Guantánamo, mientras acusaban a Cuba, ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, de maltratar a los prisioneros.
El Wikileaks no inventó nada. Lo que ha hecho es valerse de fuentes fidedignas para recoger informaciones confidenciales, generalmente acusadoras de gobiernos y autoridades, y divulgarlas. Por eso ese sitio desempeñó un importante papel pedagógico. Ahora las autoridades deben pensarlo dos veces antes de decir o hacer lo que sería causa de vergüenza para ellas en caso de que llegasen a conocimiento del público.
A pesar de la salida justa, el cinismo de los gobiernos parece no tener cura. En lugar de admitir sus errores y marrullerías entre bastidores, prefieren imitar a la zorra de la fábula de Esopo, divulgada por La Fontaine: puesto que las uvas no están al alcance, mejor decir que están verdes.
Acusan a Julián Assange no de mentir o de divulgar documentos falsos, sino de haber practicado el estupro de prostitutas en Suecia.
Pero, con todo respeto a la profesión más antigua del mundo, todos sabemos que las prostitutas se entregan a quien les paga. Y por dinero -o por amenaza de extradición cuando son extranjeras- algunas de ellas pueden verse forzadas a hacer declaraciones no verídicas, como la curiosa acusación de estupro.
Muy extraño, considerando que las relaciones con prostitutas muchas veces parecen un estupro consentido. El cliente paga por el derecho a usar y abusar de un cuerpo desprovisto de reciprocidad, sin afecto ni libido. De ahí la sensación de fraude que le entra cuando deja el prostíbulo. Perdió el semen, el dinero… y no encontró lo que buscaba: amor.
De hecho los gobiernos y autoridades denunciados por Wikileaks son los que estupraron la ética, la decencia, la soberanía ajena, los acuerdos y las leyes internacionales. Assange y su sitio fueron sólo el vehículo capaz de volver mundialmente transparentes documentos que contienen informaciones mantenidas bajo riguroso secreto.
Debieran ser castigados los que, a la sombra del poder, conspiran contra los derechos humanos y la legislación internacional. Por lo menos debieran hacer una autocrítica pública, admitir que abusaron del poder y violaron principios pétreos, como fue el caso de los ministros brasileños que se dejaron manipular por el embajador de los EE.UU. en Brasilia.
Assange se encuentra refugiado en la embajada del Ecuador en Londres. El gobierno de Rafael Correa ya le concedió el derecho de asilo en ese país latinoamericano. Sin embargo el gobierno británico, desde lo alto de su mayestática prepotencia, amenaza con apresarlo en caso de que salga de la embajada rumbo al aeropuerto, donde se embarcaría para Quito.
Ni la dictadura brasileña durante la Operación Cóndor llegó a tanto en relación a cientos de perseguidos refugiados en embajadas de países del Cono Sur. Por eso la OEA, indignada, convocó a una reunión de sus miembros para tratar del caso Assange. Éste teme ser apresado al dejar la embajada y entregado al gobierno sueco, el cual rápidamente lo pondría en manos de los EE.UU., que lo acusan de espionaje, crimen castigado por las leyes norteamericanas incluso con pena de muerte.
Assange no se niega a comparecer ante la justicia sueca y a responder por la acusación de estupro. Lo que teme es ser víctima de una celada diplomática y acabar en manos del gobierno más desenmascarado por el WikiLeaks, que es el inquilino de la Casa Blanca.
El caso Assange ya ha prestado un inestimable servicio a la moralidad global: demostró que debajo del sol no hay secretos inviolables. Como dice el evangelio de Lucas (12, 2-3): “nada hay encubierto que no se llegue a descubrir; ni nada oculto que no se venga a saber. Por esto lo que digas en la oscuridad será oído a la luz; lo que hables al oído en el interior de la casa será proclamado desde el tejado”.
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